domingo, 30 de junio de 2013

De la exposición del Santísimo a una vida expuesta....

....Itinerario Eucarístico de Carlos de Foucauld
Antoine Chatelard, Hermanito de Jesús, reside en Tamanrasset desde 1945. Animador de grupos de espiritualidad y gran conocedor de la figura y la obra de Carlos de Foucauld, es autor de varios libros y de numerosos artículos en revistas especializadas. La reflexión que ofrecemos no es nueva, pues fue escrita en noviembre de 1993, pero su lectura ha marcado a muchos que en su momento tuvieron la dicha de poder acceder al texto y, estamos convencidos, hará mucho bien tanto a los que no conocían el texto como aquellos que les será de grato recuerdo.

Para hacerse una idea exacta de la importancia del sacramento de la Eucaristía en la vida de Carlos de Foucauld, hay que seguir su itinerario desde finales de octubre 1886, en la Iglesia de San Agustín de París, hasta 1º de diciembre 1916, en Tamanrasset.
Un recorrido de treinta años marcado por evoluciones, tanto en la forma de concebirlo como en las actitudes prácticas. No nos podemos contentar con un texto solo, ni con un solo momento de su vida.
La Conversión
Este acontecimiento base explica todo el resto si lo consideramos en primer lugar como un encuentro personal, que transforma la vida y afecta todo el ser. Un encuentro con alguien vivo, presente en nuestro mundo, Jesús. 
No sólo ese Dios que él buscaba, sino aquél que le esperaba y a quien él no se esperaba. Un Dios que ama hasta el punto de perdonar. Alguien que amó tanto a los hombres que se entrega a ellos ahora en el sacramento de su presencia. 
Dios no se limita a existir sino que está aquí, y se puede estar con Él, permanecer con Él, cerca de Él. Carlos de Foucauld, que tanto había dudado, parece no dudar ya ni un solo instante del realismo de la encarnación y del realismo de la presencia de Jesús en el sagrario. Para él, la Eucaristía es en primer lugar el sacramento de la presencia de Dios.
Más que un alimento, la comunión “casi diaria”, en sus palabras, será el medio de unirse a Él de la forma más íntima posible. 
El culto al Sagrado Corazón y al Santísimo, con las exposiciones y las bendiciones, no son, a sus ojos, sino una sola y única expresión de amor, que para él es lo esencial de la religión y que será el punto dominante de su caminar espiritual.
De peregrinación a Tierra Santa, en 1889, será muy sensible a la gracia de los lugares santos. Pero las huellas de Jesús, por muy enternecedoras que sean, solamente son recuerdos. La realidad está en el sagrario. En las calles de Nazaret encontró la respuesta a la pregunta que le inquietaba desde hacía dos años: “¿Qué tengo que hacer?” Tendrá que vivir como Jesús en Nazaret.
Carpa capilla del Hermano Carlos
La Trapa
Por esto eligió ir a vivir y morir pobre en un pequeño monasterio trapense en construcción, al norte de Siria, en un país no cristiano. Fue para amar con un amor más grande y hacer el mayor sacrificio que estuviera en su poder, dejando para siempre todo lo que tanto amaba. Pero esta ofrenda  total de sí mismo no parece tener conexión alguna con su percepción de la Eucaristía en ese momento. 
Su culto es otro: “En la medida de lo posible me mantengo a los pies del Santísimo Sacramento. Jesús está ahí... Me veo como si estuviera junto a sus padres, como Magdalena sentada a sus pies en Betania”.
Pero lo que es “posible” en la trapa no le satisface y quiere otra cosa. Inventa entonces una nueva congregación cuya finalidad sería llevar una vida pobre trabajando y adorando el Santísimo Sacramento. El oficio divino sería reemplazado por la adoración del Santísimo expuesto. Solamente habría un sacerdote para celebrar la misa diariamente. De esta forma se haría el bien llevando al mundo la presencia de Jesús.
Nazaret
Después de siete años de vida monástica, le autorizan dejar la Trapa, y se encuentra solitario junto a un convento de Clarisas donde el Santísimo está frecuentemente muy expuesto.
Leyendo los textos, muy numerosos, de ese periodo, podríamos creer que pasa todo su tiempo libre delante del Santísimo, rezando, leyendo, escribiendo allí. La realidad es algo distinta.
Por una parte,  lee a menudo en su cabaña, como lo testifica esta nota de un retiro:
“Oh Dios mío, el lugar y el tiempo están bien elegidos: estoy en mi pequeña habitación, ya es de noche, todo duerme, solamente se oye la lluvia, el viento, y algunos gallos lejanos que recuerdan la noche de vuestra pasión ... ¡Dios mío, enseñadme a rezar en esta soledad, en este recogimiento! ... Aquél que ama y que está frente a su Bien Amado, ¿puede hacer otra cosa sino tener la mirada fija en él? Rezar es miraros. Ya que estáis siempre aquí, ¿puedo yo, si de veras os amo, no miraros constantemente?”
Por otro lado la oración delante del Santísimo no siempre le es fácil: “Delante del Santísimo no consigo hacer oración durante mucho tiempo: mi estado es extraño: todo me parece vacío, hueco, nulo, sin medida, excepto mantenerme a los pies de Nuestro Señor, y mirarle ... Y luego, cuando estoy a sus pies, estoy seco, árido, sin una palabra ni un pensamiento, y a menudo, ya veis, acabo por dormirme. Leo por voluntad, pero todo me parece vacío”.
De esa misma época tenemos una meditación sobre la Eucaristía en la cual hace decir a Jesús cómo él entiende entonces el sacramento: “En primer lugar mi Presencia constante; en segundo lugar, mi ser entero, Dios y hombre, entrando en tu cuerpo y recibido por ti como alimento; en tercer lugar, Yo, encarnándome sobre el altar y ofreciéndome por todos vosotros a mi Padre en sacrificio ... Son tres dones, infinitos los tres, que os hago”.
Desarrolla el segundo aspecto sobre todo en el sentido de la unión nupcial: “por el segundo me tocáis, vuestra lengua, vuestra boca toca mi cuerpo; mi ser entero desciende en vosotros; os doy prueba de mi amor y a través de ello os incito fuertemente a devolverme amor por amor ... Mirad qué maravilla, qué  unión inefable, qué  unidad de amor pongo por un lado entre Mí y vosotros, y por otro entre vosotros, unos con respecto a otros, al daros mi cuerpo en alimento”.
El tercero es un aspecto más teológico: “Pero esto no es todo: yo me entrego a vosotros ... en tercer lugar, para ser vuestra víctima, para ser ofrecido a Mi Padre en sacrificio de alabanza y de adoración ... Considerad por tanto como debéis multiplicar estos sacrificios que dan a Dios tanta gloria ... multiplicar los sacerdotes que puedan ofrecerlo”.
A causa de esto, la nueva regla escrita en 1899 para los ermitaños del Sagrado Corazón, prevé el mayor número posible de sacerdotes, como si lo infinito de una Misa pudiese multiplicarse. Al año siguiente, en 1900, se impone el deber de llegar a ser él mismo sacerdote, para asegurar el culto de la Eucaristía en el santuario donde piensa instalarse. Con vistas a prepararse para ello, vuelve a Francia.

Cáliz y patena del Hno. Carlos
Cambio de orientación
Durante esta preparación se opera un giro en su vida. Quiere imitar a Jesús, no solamente en su vida escondida en Nazaret, en su retiro en el desierto y en su vida pública, sino sobre todo en su pasión, su muerte y resurrección, ofreciendo el sacrificio pascual en cada Misa. Es una nueva dimensión de su relación con la Eucaristía y de su forma de representarse la vida de Jesús.
Aún más, este banquete del cual se convierte en uno de los servidores, tendrá que ofrecerlo no ya en Tierra Santa, a aquellos que tienen todas las comodidades espirituales, sino a aquellos que están más alejados. Ahora bien, a sus ojos, no hay gente más alejada que aquella que conoció antaño en los caminos y en las ciudades del Sahara y de Marruecos. Solo o junto con otros, se siente llamado a volver cercana la realidad de la presencia del Señor a estas gentes hacia quienes descubre que tiene un deber de agradecimiento. ¿No están ellos en el origen de la primera chispa de su fe? Tiene que hacer por los otros lo que hubiera querido que hicieran por él.
Así, ya no piensa en “ermitaños” separados del mundo para adorar a Dios en su sacramento expuesto; ahora quiere “hermanos”, cuyas vidas expuestas irradien en esa tierra como hostias vivas.
En el Sahara
En Beni- Abbès, donde se esfuerza aún por multiplicar las horas de exposición del Santísimo Sacramento, tiene que alejarse a menudo del sagrario porque “Jesús, bajo la forma de los pobres, de los enfermos, de un alma cualquiera, me llama a otro lado”. Otra forma de estar con Jesús. ¿Otra forma de vivir la Eucaristía?
Podemos constatar sin embargo, que el infinito de este misterio le impide permanecer frente a la belleza de las puestas de sol en las dunas y de las noches estrelladas: “Abrevio estas contemplaciones y vuelvo delante del sagrario ... hay más belleza en el sagrario que en la creación entera”.
De viaje, en el año 1904, su principal preocupación es la de celebrar la Misa cada día. Esto le obliga a hazañas ascéticas cuando caminan por la noche y no puede comer ni beber desde la media noche. 
Se presenta entonces un problema de pobreza y discreción, ya que le hace falta una montura especial para llevar el material necesario a la celebración de la Misa. No obstante, durante algunos años, seguirá poniendo la Misa por encima de todo, a pesar de los gastos extras que eso conlleva.
Cuando hacen una parada prolongada en el norte del Hoggar, se construye una capilla de ramajes donde puede guardar el Santísimo durante unos días “una gran gracia para toda esta región”. En ese momento dice también: “Llevarlo lo más lejos posible ... a fin de aumentar la zona en la que él irradie, extender la zona en la que se ejercerá su influencia”.
Eso es lo que hace al instalarse en Tamanrasset al año siguiente. Coloca el Santísimo “en una pequeña covacha más pequeña que la de Nazaret”, y añade “eso será una gran felicidad para mí”. El año siguiente hace cuatro mil kilómetros para ir en búsqueda de un compañero que le permita “hacer con frecuencia exposiciones del Santísimo en Tamanrasset. Eso será una gran gracia para mi joven hermano y para mí”. 
Pero, de camino, tiene que despedir al compañero y volver solo al Hoggar. Vuelve aún sabiendo que, no solamente no podrá exponer el Santísimo, sino que ni siquiera podrá celebrar la Misa, ya que no tendrá asistente. 
Capilla del Hermano Carlos en el Sahara
Nueva evolución. 
Sin saber explicar su comportamiento, sabe que debe regresar al Hoggar,  ya que es  el único que puede residir allí, en cuanto que hay muchos que pueden celebrar la Eucaristía, y constata que su idea de hacer poner la Misa ante todo no debía ser muy acertada, “puesto que los grandes santos sacrificaron en ciertas ocasiones la posibilidad de celebrar en pro de trabajos de caridad espiritual, viajes u otros”. Efectivamente, durante seis meses no podrá decir la Misa sino una o dos veces. Y sin embargo escribe a su obispo: “No me inquieto para nada de esta falta de celebración del Santo Sacrificio”
En Navidad de 1907 está solo y no puede celebrar. Es la primera Navidad sin Misa desde su conversión. En enero de 1908, cae enfermo y ve la muerte muy cercana. Durante ese anonadamiento físico, se encuentra expuesto, sin defensa, como Jesús en la cruz. enteramente entregado a la buena voluntad de los que le rodean. ¿No es esta otra forma de vivir el misterio pascual, de compartir este misterio que ahora no puede celebrar litúrgicamente con aquellos que, para salvarlo, le traen un poco de leche y el apoyo de su amistad?
El 31 de enero, cuando empieza a recuperar las fuerzas, recibe la autorización de celebrar la Misa sin asistencia. 
Es Navidad. Durante esos seis meses sin Misa, él conservaba el Santísimo en el sagrario, pero no se creía autorizado a comulgar. 
Esta presencia de “Jesús vivo e irradiante aunque escondido como en Nazaret”, le parecía legitimar su propia presencia: “Mi presencia ¿hace algún bien aquí? Aunque no lo haga, la presencia del Santísimo Sacramento sin duda hace mucho. Jesús no puede estar en un lugar sin irradiar”. 
¿No era este otro razonamiento falso? Según esto, cuando, algunas semanas más tarde, se enterará de que no está autorizado a conservar el Santísimo por estar solo, debería haberse ido a otro sitio, en cuanto que se queda y deja el sagrario vacío. No lo hace sin dolor, pero no lo duda. Es de nuevo la ocasión de dar un paso más, como le explica su obispo: “Si el Señor le priva de Su presencia real en el sacramento, le hará apreciar más aún la ofrenda cotidiana del Santo Sacrificio. Al igual que su presencia, muy real también, en su alma por la gracia”
Más tarde el hermano Carlos escribirá a una Clarisa: “Hay que estar dispuesto a todo por el amor del Esposo, incluso a ser privado de su presencia sacramental en este mundo, si tal es su voluntad”.
Esta privación durará seis meses. De esta forma, en el Assekrem donde, en 1911, pasa cinco meses en un lugar donde “la belleza y la impresión de infinito acercan tanto al Creador”, el sagrario que se llevó con la esperanza de recibir a un compañero, permanece vacío. Si no toma tiempo para ir a ver las puestas de sol, no es por quedarse al pie del sagrario, sino porque no se concede ni un solo minuto de descanso para terminar lo más rápidamente posible su diccionario tuareg. 
Se contenta con las salidas del sol: “¡qué bueno es, en esta gran calma y esta bella naturaleza tan atormentada y extraña, levantar el corazón hacia el Creador y Salvador Jesús!”.
¿No parece reconocer entonces que este Jesús, Creador y Salvador, es aquél mismo que no reside ya en su sagrario? Nueva evolución desde Beni-Abbes. “Me cuesta despegar mis ojos de esta admirable vista cuya belleza y sensación de infinito acercan al Creador, al mismo tiempo que su soledad  y su aspecto salvaje muestran cómo estamos solos con Él y cómo no somos sino una gota de agua en el mar”. (L.M.B. 09.07.11)
Pero, cuando después de seis años de privación será autorizado a “guardar la reserva del Santísimo” no ha perdido el sentido ni el gusto de esta presencia y no ocultará su alegría: “dulzura extrema, gran apoyo, fuerza grande para mí y gracia grande para todas las almas de este país”. 
No obstante hay que señalar que nunca cumplirá con los requisitos exigidos para la exposición del Santísimo.
En el momento en el que está colmado por esta nueva proximidad con Jesús, no deja de desear una mayor proximidad con aquellos que le rodean. 
La Palabra de Jesús toma  un realismo nuevo: “Todo aquello que hagáis a uno de estos más pequeños, a mí me lo hacéis”. Pone esta palabra, que anteriormente ya produjo en él una profunda impresión, en el mismo plano que esta otra, salida de la misma boca: “Este es mi Cuerpo”.  Y ella  no deja de transformar su vida, llevándole a buscar y a amar a Jesús en “estos pequeños”. 
Servicio eucarístico y servicio de los “pequeños”, el mismo culto del cuerpo de Cristo. No solamente presencia real de aquél que se entrega para ser contemplado, comido y ofrecido, sino presencia real en un pueblo de una vida humana perpetuamente expuesta a todas las miradas y a todos los riesgos, presencia de una vida ofrecida como un pan fácilmente devorable. 
Es por esto que quería llegar a ser “pequeño y abordable”, consciente de que su vida sería la única Biblia que todos leerían. La Biblia que él quería ver iluminada por una sola y misma lámpara con el sagrario, uniendo “las dos mesas, de la Palabra y del Pan”.
Vida ofrecida a Dios y a los hombres como la de Jesús, en un sacrificio que ya no es únicamente el del primer día, aunque éste siga muy real, sino que es también ofrenda de la vida de aquellos que le rodean, ofrenda de la amistad compartida, y sobre todo, en un mundo de guerra, ofrenda del sufrimiento de los demás e intercesión “en la tormenta, ... durante el combate de los suyos ... en la barca zarandeada por las olas”.
Al día siguiente de su muerte, el cuerpo de Carlos de Foucauld es enterrado por la gente del pueblo. Tres semanas después, el capitán de la Roche planta una cruz de madera sobre su tumba y, en la arena de la capilla, encuentra la lúnula (que él llama custodia), la abre y verifica que hay una hostia entre los dos cristales. Un suboficial la lleva y la consume, solo, en el desierto. Esta hostia arrojada al suelo es un último símbolo eucarístico, como el cuerpo de aquél que la había consagrado y que había hecho de su propia vida “una hostia viva para alabanza de la gloria de Dios”.
Custodia y tabernáculo de la Capillita de Tamanrraset
La vida y la muerte de este hombre ¿pueden hablarnos todavía?
Las circunstancias le obligaron a actuar de forma que parecía estar en contradicción con sus convicciones más firmes; cada vez, consiguió superar su forma de concebir las cosas, ir más allá de su devoción y no confundir el fin y los medios.
El fervor de su amor por la persona de Jesús ¿puede aún reanimar la llama en nuestros tibios corazones? 
El realismo de su fe en la presencia viva del Resucitado, ¿podrá dar nuevo vigor a nuestras “adoraciones”, si hemos continuado fieles a ellas, o, por el contrario, si las hemos desdeñado, podrá darnos de nuevo el gusto de esta presencia como camino de contemplación?
La fuerza de sus convicciones y el valor de que hizo prueba nos impresionan. 
Su capacidad de adaptación a las situaciones nuevas es tan grande como su fidelidad en someterse a las leyes de la Iglesia. 
Su forma de hacer frente a esas situaciones nos invita a volver a lo esencial, sin despreciar los medios que nos son dados. 
Más allá de las formas de devoción de su tiempo y de todas las desviaciones,  como la Misa delante del Santísimo Sacramento expuesto, la importancia dada a la custodia, a la forma y al color de la hostia, que vacían el pan de su realismo, por encima de la tendencia a “cosificar” la Eucaristía, a materializar y a localizar la irradiación de la hostia en el espacio, tenemos que redescubrir y utilizar los signos y los símbolos que siguen siendo inagotables para que podamos rezar, no sólo en espíritu, sino en la verdad de nuestro ser entero. 
¡Ojala podamos acoger el testimonio de una vida entregada y ofrecida, de una vida consumada en sacrificio pascual, en la que la muerte toma su lugar normal, como remate y paso hacia la realización.

Con palabras de Carlos de Foucauld, digamos para terminar que esta presencia de Cristo nos es dada “por amor, para nuestro bien, para hacemos más  entregados, fervientes, amantes, tiernos, ya que somos fríos; para hacemos fuertes y animosos, ya que somos débiles; para darnos esperanza y confianza, ya que estamos sin esperanza; para hacernos felices, ya que estamos tristes y desanimados”.

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