Antoine Chatelard, Hermanito de Jesús, reside en
Tamanrasset desde 1945. Animador de grupos de espiritualidad y gran conocedor
de la figura y la obra de Carlos de Foucauld, es autor de varios libros y de
numerosos artículos en revistas especializadas. La reflexión que ofrecemos no
es nueva, pues fue escrita en noviembre de 1993, pero su lectura ha marcado a
muchos que en su momento tuvieron la dicha de poder acceder al texto y, estamos
convencidos, hará mucho bien tanto a los que no conocían el texto como aquellos
que les será de grato recuerdo.
Para hacerse
una idea exacta de la importancia del sacramento de la Eucaristía en la vida de
Carlos de Foucauld, hay que seguir su itinerario desde finales de octubre 1886,
en la Iglesia de San Agustín de París, hasta 1º de diciembre 1916, en
Tamanrasset.
Un recorrido
de treinta años marcado por evoluciones, tanto en la forma de concebirlo como
en las actitudes prácticas. No nos podemos contentar con un texto solo, ni con
un solo momento de su vida.
La Conversión
Este
acontecimiento base explica todo el resto si lo consideramos en primer lugar
como un encuentro personal, que transforma la vida y afecta todo el ser. Un
encuentro con alguien vivo, presente en nuestro mundo, Jesús.
No sólo ese Dios
que él buscaba, sino aquél que le esperaba y a quien él no se esperaba. Un Dios
que ama hasta el punto de perdonar. Alguien que amó tanto a los hombres que se
entrega a ellos ahora en el sacramento de su presencia.
Dios no se limita a
existir sino que está aquí, y se puede estar con Él, permanecer con Él, cerca
de Él. Carlos de Foucauld, que tanto había dudado, parece no dudar ya ni un
solo instante del realismo de la encarnación y del realismo de la presencia de
Jesús en el sagrario. Para él, la Eucaristía es en primer lugar el sacramento
de la presencia de Dios.
Más que un
alimento, la comunión “casi diaria”, en sus palabras, será el medio de unirse a
Él de la forma más íntima posible.
El culto al Sagrado Corazón y al Santísimo,
con las exposiciones y las bendiciones, no son, a sus ojos, sino una sola y
única expresión de amor, que para él es lo esencial de la religión y que será
el punto dominante de su caminar espiritual.
De
peregrinación a Tierra Santa, en 1889, será muy sensible a la gracia de los
lugares santos. Pero las huellas de Jesús, por muy enternecedoras que sean,
solamente son recuerdos. La realidad está en el sagrario. En las calles de
Nazaret encontró la respuesta a la pregunta que le inquietaba desde hacía dos
años: “¿Qué tengo que hacer?” Tendrá que vivir como Jesús en Nazaret.
Carpa capilla del Hermano Carlos |
La Trapa
Por esto
eligió ir a vivir y morir pobre en un pequeño monasterio trapense en
construcción, al norte de Siria, en un país no cristiano. Fue para amar con un
amor más grande y hacer el mayor sacrificio que estuviera en su poder, dejando
para siempre todo lo que tanto amaba. Pero esta ofrenda total de sí mismo no parece tener conexión
alguna con su percepción de la Eucaristía en ese momento.
Su culto es otro: “En
la medida de lo posible me mantengo a los pies del Santísimo Sacramento. Jesús
está ahí... Me veo como si estuviera junto a sus padres, como Magdalena sentada
a sus pies en Betania”.
Pero lo que es
“posible” en la trapa no le satisface y quiere otra cosa. Inventa entonces una
nueva congregación cuya finalidad sería llevar una vida pobre trabajando y
adorando el Santísimo Sacramento. El oficio divino sería reemplazado por la
adoración del Santísimo expuesto. Solamente habría un sacerdote para celebrar
la misa diariamente. De esta forma se haría el bien llevando al mundo la
presencia de Jesús.
Nazaret
Después de
siete años de vida monástica, le autorizan dejar la Trapa, y se encuentra
solitario junto a un convento de Clarisas donde el Santísimo está
frecuentemente muy expuesto.
Leyendo los
textos, muy numerosos, de ese periodo, podríamos creer que pasa todo su tiempo
libre delante del Santísimo, rezando, leyendo, escribiendo allí. La realidad es
algo distinta.
Por una
parte, lee a menudo en su cabaña, como
lo testifica esta nota de un retiro:
“Oh Dios mío,
el lugar y el tiempo están bien elegidos: estoy en mi pequeña habitación, ya es
de noche, todo duerme, solamente se oye la lluvia, el viento, y algunos gallos
lejanos que recuerdan la noche de vuestra pasión ... ¡Dios mío, enseñadme a
rezar en esta soledad, en este recogimiento! ... Aquél que ama y que está
frente a su Bien Amado, ¿puede hacer otra cosa sino tener la mirada fija en él?
Rezar es miraros. Ya que estáis siempre aquí, ¿puedo yo, si de veras os amo, no
miraros constantemente?”
Por otro lado
la oración delante del Santísimo no siempre le es fácil: “Delante del Santísimo
no consigo hacer oración durante mucho tiempo: mi estado es extraño: todo me
parece vacío, hueco, nulo, sin medida, excepto mantenerme a los pies de Nuestro
Señor, y mirarle ... Y luego, cuando estoy a sus pies, estoy seco, árido, sin
una palabra ni un pensamiento, y a menudo, ya veis, acabo por dormirme. Leo por
voluntad, pero todo me parece vacío”.
De esa misma
época tenemos una meditación sobre la Eucaristía en la cual hace decir a Jesús
cómo él entiende entonces el sacramento: “En primer lugar mi Presencia constante;
en segundo lugar, mi ser entero, Dios y hombre, entrando en tu cuerpo y
recibido por ti como alimento; en tercer lugar, Yo, encarnándome sobre el altar
y ofreciéndome por todos vosotros a mi Padre en sacrificio ... Son tres dones,
infinitos los tres, que os hago”.
Desarrolla el
segundo aspecto sobre todo en el sentido de la unión nupcial: “por el segundo
me tocáis, vuestra lengua, vuestra boca toca mi cuerpo; mi ser entero desciende
en vosotros; os doy prueba de mi amor y a través de ello os incito fuertemente
a devolverme amor por amor ... Mirad qué maravilla, qué unión inefable, qué unidad de amor pongo por un lado entre Mí y
vosotros, y por otro entre vosotros, unos con respecto a otros, al daros mi
cuerpo en alimento”.
El tercero es
un aspecto más teológico: “Pero esto no es todo: yo me entrego a vosotros ...
en tercer lugar, para ser vuestra víctima, para ser ofrecido a Mi Padre en
sacrificio de alabanza y de adoración ... Considerad por tanto como debéis
multiplicar estos sacrificios que dan a Dios tanta gloria ... multiplicar los
sacerdotes que puedan ofrecerlo”.
A causa de
esto, la nueva regla escrita en 1899 para los ermitaños del Sagrado Corazón,
prevé el mayor número posible de sacerdotes, como si lo infinito de una Misa
pudiese multiplicarse. Al año siguiente, en 1900, se impone el deber de llegar
a ser él mismo sacerdote, para asegurar el culto de la Eucaristía en el
santuario donde piensa instalarse. Con vistas a prepararse para ello, vuelve a
Francia.
Cáliz y patena del Hno. Carlos |
Cambio de
orientación
Durante esta preparación
se opera un giro en su vida. Quiere imitar a Jesús, no solamente en su vida
escondida en Nazaret, en su retiro en el desierto y en su vida pública, sino
sobre todo en su pasión, su muerte y resurrección, ofreciendo el sacrificio
pascual en cada Misa. Es una nueva dimensión de su relación con la Eucaristía y
de su forma de representarse la vida de Jesús.
Aún más, este
banquete del cual se convierte en uno de los servidores, tendrá que ofrecerlo
no ya en Tierra Santa, a aquellos que tienen todas las comodidades
espirituales, sino a aquellos que están más alejados. Ahora bien, a sus ojos,
no hay gente más alejada que aquella que conoció antaño en los caminos y en las
ciudades del Sahara y de Marruecos. Solo o junto con otros, se siente llamado a
volver cercana la realidad de la presencia del Señor a estas gentes hacia
quienes descubre que tiene un deber de agradecimiento. ¿No están ellos en el
origen de la primera chispa de su fe? Tiene que hacer por los otros lo que
hubiera querido que hicieran por él.
Así, ya no
piensa en “ermitaños” separados del mundo para adorar a Dios en su sacramento
expuesto; ahora quiere “hermanos”, cuyas vidas expuestas irradien en esa tierra
como hostias vivas.
En el Sahara
En Beni-
Abbès, donde se esfuerza aún por multiplicar las horas de exposición del
Santísimo Sacramento, tiene que alejarse a menudo del sagrario porque “Jesús,
bajo la forma de los pobres, de los enfermos, de un alma cualquiera, me llama a
otro lado”. Otra forma de estar con Jesús. ¿Otra forma de vivir la Eucaristía?
Podemos
constatar sin embargo, que el infinito de este misterio le impide permanecer
frente a la belleza de las puestas de sol en las dunas y de las noches
estrelladas: “Abrevio estas contemplaciones y vuelvo delante del sagrario ...
hay más belleza en el sagrario que en la creación entera”.
De viaje, en
el año 1904, su principal preocupación es la de celebrar la Misa cada día. Esto
le obliga a hazañas ascéticas cuando caminan por la noche y no puede comer ni
beber desde la media noche.
Se presenta entonces un problema de pobreza y
discreción, ya que le hace falta una montura especial para llevar el material
necesario a la celebración de la Misa. No obstante, durante algunos años,
seguirá poniendo la Misa por encima de todo, a pesar de los gastos extras que
eso conlleva.
Cuando hacen
una parada prolongada en el norte del Hoggar, se construye una capilla de
ramajes donde puede guardar el Santísimo durante unos días “una gran gracia
para toda esta región”. En ese momento dice también: “Llevarlo lo más lejos
posible ... a fin de aumentar la zona en la que él irradie, extender la zona en
la que se ejercerá su influencia”.
Eso es lo que
hace al instalarse en Tamanrasset al año siguiente. Coloca el Santísimo “en una
pequeña covacha más pequeña que la de Nazaret”, y añade “eso será una gran
felicidad para mí”. El año siguiente hace cuatro mil kilómetros para ir en
búsqueda de un compañero que le permita “hacer con frecuencia exposiciones del
Santísimo en Tamanrasset. Eso será una gran gracia para mi joven hermano y para
mí”.
Pero, de camino, tiene que despedir al compañero y volver solo al Hoggar.
Vuelve aún sabiendo que, no solamente no podrá exponer el Santísimo, sino que
ni siquiera podrá celebrar la Misa, ya que no tendrá asistente.
Capilla del Hermano Carlos en el Sahara |
Nueva evolución.
Sin saber explicar su comportamiento, sabe que debe regresar al Hoggar, ya que es
el único que puede residir allí, en cuanto que hay muchos que pueden
celebrar la Eucaristía, y constata que su idea de hacer poner la Misa ante todo
no debía ser muy acertada, “puesto que los grandes santos sacrificaron en
ciertas ocasiones la posibilidad de celebrar en pro de trabajos de caridad
espiritual, viajes u otros”. Efectivamente, durante seis meses no podrá decir
la Misa sino una o dos veces. Y sin embargo escribe a su obispo: “No me
inquieto para nada de esta falta de celebración del Santo Sacrificio”.
En
Navidad de 1907 está solo y no puede celebrar. Es la primera Navidad sin Misa
desde su conversión. En enero de 1908, cae enfermo y ve la muerte muy cercana.
Durante ese anonadamiento físico, se encuentra expuesto, sin defensa, como
Jesús en la cruz. enteramente entregado a la buena voluntad de los que le
rodean. ¿No es esta otra forma de vivir el misterio pascual, de compartir este
misterio que ahora no puede celebrar litúrgicamente con aquellos que, para
salvarlo, le traen un poco de leche y el apoyo de su amistad?
El 31 de
enero, cuando empieza a recuperar las fuerzas, recibe la autorización de
celebrar la Misa sin asistencia.
Es Navidad. Durante esos seis meses sin Misa,
él conservaba el Santísimo en el sagrario, pero no se creía autorizado a
comulgar.
Esta presencia de “Jesús vivo e irradiante aunque escondido como en
Nazaret”, le parecía legitimar su propia presencia: “Mi presencia ¿hace algún
bien aquí? Aunque no lo haga, la presencia del Santísimo Sacramento sin duda
hace mucho. Jesús no puede estar en un lugar sin irradiar”.
¿No era este otro
razonamiento falso? Según esto, cuando, algunas semanas más tarde, se enterará
de que no está autorizado a conservar el Santísimo por estar solo, debería
haberse ido a otro sitio, en cuanto que se queda y deja el sagrario vacío. No
lo hace sin dolor, pero no lo duda. Es de nuevo la ocasión de dar un paso más,
como le explica su obispo: “Si el Señor le priva de Su presencia real en el
sacramento, le hará apreciar más aún la ofrenda cotidiana del Santo Sacrificio.
Al igual que su presencia, muy real también, en su alma por la gracia”.
Más
tarde el hermano Carlos escribirá a una Clarisa: “Hay que estar dispuesto a todo
por el amor del Esposo, incluso a ser privado de su presencia sacramental en
este mundo, si tal es su voluntad”.
Esta privación
durará seis meses. De esta forma, en el Assekrem donde, en 1911, pasa cinco
meses en un lugar donde “la belleza y la impresión de infinito acercan tanto al
Creador”, el sagrario que se llevó con la esperanza de recibir a un compañero,
permanece vacío. Si no toma tiempo para ir a ver las puestas de sol, no es por
quedarse al pie del sagrario, sino porque no se concede ni un solo minuto de
descanso para terminar lo más rápidamente posible su diccionario tuareg.
Se
contenta con las salidas del sol: “¡qué bueno es, en esta gran calma y esta
bella naturaleza tan atormentada y extraña, levantar el corazón hacia el
Creador y Salvador Jesús!”.
¿No parece reconocer entonces que este Jesús,
Creador y Salvador, es aquél mismo que no reside ya en su sagrario? Nueva
evolución desde Beni-Abbes. “Me cuesta despegar mis ojos de esta admirable
vista cuya belleza y sensación de infinito acercan al Creador, al mismo tiempo
que su soledad y su aspecto salvaje
muestran cómo estamos solos con Él y cómo no somos sino una gota de agua en el
mar”. (L.M.B. 09.07.11)
Pero, cuando
después de seis años de privación será autorizado a “guardar la reserva del
Santísimo” no ha perdido el sentido ni el gusto de esta presencia y no ocultará
su alegría: “dulzura extrema, gran apoyo, fuerza grande para mí y gracia grande
para todas las almas de este país”.
No obstante hay que señalar que nunca
cumplirá con los requisitos exigidos para la exposición del Santísimo.
En el momento
en el que está colmado por esta nueva proximidad con Jesús, no deja de desear
una mayor proximidad con aquellos que le rodean.
La Palabra de Jesús toma un realismo nuevo: “Todo aquello que hagáis a
uno de estos más pequeños, a mí me lo hacéis”. Pone esta palabra, que
anteriormente ya produjo en él una profunda impresión, en el mismo plano que
esta otra, salida de la misma boca: “Este es mi Cuerpo”. Y ella
no deja de transformar su vida, llevándole a buscar y a amar a Jesús en
“estos pequeños”.
Servicio eucarístico y servicio de los “pequeños”, el mismo
culto del cuerpo de Cristo. No solamente presencia real de aquél que se entrega
para ser contemplado, comido y ofrecido, sino presencia real en un pueblo de
una vida humana perpetuamente expuesta a todas las miradas y a todos los
riesgos, presencia de una vida ofrecida como un pan fácilmente devorable.
Es
por esto que quería llegar a ser “pequeño y abordable”, consciente de que su
vida sería la única Biblia que todos leerían. La Biblia que él quería ver
iluminada por una sola y misma lámpara con el sagrario, uniendo “las dos mesas,
de la Palabra y del Pan”.
Vida ofrecida
a Dios y a los hombres como la de Jesús, en un sacrificio que ya no es
únicamente el del primer día, aunque éste siga muy real, sino que es también
ofrenda de la vida de aquellos que le rodean, ofrenda de la amistad compartida,
y sobre todo, en un mundo de guerra, ofrenda del sufrimiento de los demás e
intercesión “en la tormenta, ... durante el combate de los suyos ... en la
barca zarandeada por las olas”.
Al día
siguiente de su muerte, el cuerpo de Carlos de Foucauld es enterrado por la
gente del pueblo. Tres semanas después, el capitán de la Roche planta una cruz
de madera sobre su tumba y, en la arena de la capilla, encuentra la lúnula (que
él llama custodia), la abre y verifica que hay una hostia entre los dos
cristales. Un suboficial la lleva y la consume, solo, en el desierto. Esta
hostia arrojada al suelo es un último símbolo eucarístico, como el cuerpo de
aquél que la había consagrado y que había hecho de su propia vida “una hostia
viva para alabanza de la gloria de Dios”.
Custodia y tabernáculo de la Capillita de Tamanrraset |
La vida y la
muerte de este hombre ¿pueden hablarnos todavía?
Las
circunstancias le obligaron a actuar de forma que parecía estar en
contradicción con sus convicciones más firmes; cada vez, consiguió superar su
forma de concebir las cosas, ir más allá de su devoción y no confundir el fin y
los medios.
El fervor de su amor por la persona de Jesús ¿puede aún reanimar la
llama en nuestros tibios corazones?
El realismo de su fe en la presencia viva
del Resucitado, ¿podrá dar nuevo vigor a nuestras “adoraciones”, si hemos
continuado fieles a ellas, o, por el contrario, si las hemos desdeñado, podrá
darnos de nuevo el gusto de esta presencia como camino de contemplación?
La fuerza de
sus convicciones y el valor de que hizo prueba nos impresionan.
Su capacidad de
adaptación a las situaciones nuevas es tan grande como su fidelidad en
someterse a las leyes de la Iglesia.
Su forma de hacer frente a esas
situaciones nos invita a volver a lo esencial, sin despreciar los medios que
nos son dados.
Más allá de las formas de devoción de su tiempo y de todas las
desviaciones, como la Misa delante del
Santísimo Sacramento expuesto, la importancia dada a la custodia, a la forma y
al color de la hostia, que vacían el pan de su realismo, por encima de la
tendencia a “cosificar” la Eucaristía, a materializar y a localizar la
irradiación de la hostia en el espacio, tenemos que redescubrir y utilizar los
signos y los símbolos que siguen siendo inagotables para que podamos rezar, no
sólo en espíritu, sino en la verdad de nuestro ser entero.
¡Ojala podamos
acoger el testimonio de una vida entregada y ofrecida, de una vida consumada en
sacrificio pascual, en la que la muerte toma su lugar normal, como remate y
paso hacia la realización.
Con palabras
de Carlos de Foucauld, digamos para terminar que esta presencia de Cristo nos
es dada “por amor, para nuestro bien, para hacemos más entregados, fervientes, amantes, tiernos, ya
que somos fríos; para hacemos fuertes y animosos, ya que somos débiles; para
darnos esperanza y confianza, ya que estamos sin esperanza; para hacernos
felices, ya que estamos tristes y desanimados”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario