En febrero de 2005 la revista 30 giorni, realizó una entrevista al
cardenal Walter Kasper sobre el cristiano que en los primeros años del siglo XX
construía sin ayuda tabernáculos para «transportar» a Jesús al desierto
argelino.
En los
primeros años del siglo XX, un francés amante de la literatura y famoso explorador, le aconteció vivir una de las aventuras
cristianas más sugestivas del siglo pasado.
Charles de Foucauld, el monje que
sin ayuda construía tabernáculos en el desierto argelino para «transportar» a
Jesús a los que no lo conocían ni lo buscaban, que murió a manos de los mismos
tuáregs con los que había decidido vivir, en el silencio y en la oración, sin
haber conseguido que ni uno de ellos se hiciera cristiano, será proclamado
beato de la Iglesia este año.
En las filas
cada vez más nutridas de los canonizados, De Foucauld parece a simple vista
pertenecer a la categoría de los santos extremos, los que vigilan las tierras
de frontera de la aventura cristiana en el mundo. Y, sin embargo, precisamente
su historia irrepetible constituye un don de aliento y consuelo.
30Días ha
hablado de esto con el cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo
pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, que es además un
viejo amigo de Charles de Foucauld.
Cardenal Walter Kasper |
30Dias: Este año
Charles de Foucauld será proclamado beato. En 1905, hace justo cien años,
llegaba a Tamanrasset, su meta definitiva, en el desierto argelino. Sé que
siente usted predilección por la figura de De Foucauld y que ocupa un puesto
especial en su vida de cristiano y de sacerdote. ¿Cómo lo conoció?
WALTER KASPER:
En mis años de profesor de Teología en la Universidad de Tubinga me veía a
menudo con un grupo de sacerdotes miembros y amigos de la comunidad “Jesus
Caritas”, sacerdotes que seguían la espiritualidad de Charles de Foucauld. Participaba
regularmente en sus reuniones mensuales que comprendían varios momentos:
revisión de vida, lectura y meditación de la Sagrada Escritura, celebración y
adoración eucarística y, por último, una cena fraternal.
Fascinado por la
figura de Charles de Foucauld fui a Argelia, a la montaña de Hoggar, donde
había vivido él, y allí, en una cabaña en medio a la soledad de la montaña,
hice mis ejercicios espirituales. Me acuerdo de que todas las tardes un
ratoncito de ojos vivaces me visitaba para comer un poco de mi pan. En
Tamanrasset, aunque también en otras partes, por ejemplo en Nazaret o aquí en
Roma, me ha llamado siempre la atención la vida de las Hermanitas de
Charles de Foucauld, su vida en la pobreza evangélica entre los pobres y su
vida de adoración eucarística. Para comprender mejor la espiritualidad de
Charles de Foucauld me han ayudado mucho los escritos de René Voillaume;
algunos aspectos de esta espiritualidad han entrado también en mi libro Jesús,
el Cristo.
En aquellos
años, en los que participaba usted en las reuniones de los grupos “Jesus
Caritas”, ¿qué es lo que más le impresionaba de Charles de Foucauld? ¿Por que
consideraba interesante y actual su vida?
KASPER: Me
veía con ese grupo de sacerdotes en una casa de monjas franciscanas que estaba
en las afueras de Tubinga, en una zona muy bonita. Me conmovió la auténtica
espiritualidad evangélica, espiritualidad de Nazaret, espiritualidad del
silencio, de la escucha de la Palabra de Dios, de la adoración eucarística, de
la sencillez de la vida y del abrazo fraternal. Más tarde comprendí la
actualidad y la ejemplaridad del testimonio de Charles de Foucauld para los
cristianos y el cristianismo en el mundo de hoy.
Charles de Foucauld me parecía
interesante como modelo para realizar la misión del cristiano y de la Iglesia
no sólo en el desierto de Tamanrasset, sino también en el desierto del mundo
moderno: la misión mediante la simple presencia cristiana, en la oración con
Dios y en la amistad con los hombres.
Si lo juzgamos
por los resultados inmediatos, De Foucauld parece un perdedor. Durante su vida
en el desierto no hubo conversiones al cristianismo entre los tuáregs. ¿Qué
sugiere proponer su historia ahora?
KASPER: El
filósofo y teólogo judío Martin Buber ha dicho que el éxito no es uno de los
nombres de Dios. Tampoco Jesucristo en su vida terrenal tuvo éxito; al final
murió en la cruz, y sus discípulos, menos Juan y su madre María, se alejaron y
lo abandonaron. Humanamente hablando, el Viernes santo fue un fracaso. La
experiencia del Viernes santo forma parte de la vida de todos los santos y de
todos los cristianos.
Esto puede ser de consuelo para muchos sacerdotes que
sufren por la falta de resultado inmediato, porque en nuestro mundo occidental,
pese a todos los esfuerzos pastorales realizados, las iglesias están cada vez
más vacías los domingos y la sociedad más descristianizada. Muchos tienen la
impresión de predicar a oídos sordos.
En esta difícil situación, el ejemplo de
Charles de Foucauld puede ser de gran ayuda para muchos sacerdotes.
KASPER:
Podemos aprender que no se trata de nuestra misión o, por así decirlo, de
nuestra empresa misionera, de una hegemonía cultural o de la ampliación de un
imperio eclesial con estrategias sofisticadas y perfeccionadas de pedagogía,
psicología, organización o cualquier otro método. Debemos hacer, por supuesto,
lo que podamos, y podemos usar incluso métodos modernos, pero al final se trata
de la misión de Dios mediante Jesucristo en el Espíritu Santo.
Nosotros somos
sólo el recipiente y el instrumento mediante el cual Dios quiere estar
presente; al final es Él quien debe tocar el corazón del otro; sólo Él puede
convertir el corazón y abrir los ojos y los oídos. Así, en la presencia, en la
oración, en la vida sencilla, en el servicio y en la amistad humana, como la
que vivió Charles de Foucauld con los tuáregs, el Señor mismo está presente y
actúa. Hemos de confiar en Él y dejarle la decisión de cómo, cuándo y dónde quiere
convencer a los demás y reunir a su pueblo.
Esto era lo
que De Foucauld vio que había sucedido en su historia personal.
KASPER:
Escribe en una meditación de noviembre de 1897: «Todo esto era obra tuya,
Señor, y solamente tuya… Tú, Jesús mío, mi salvador, tú lo hacías todo, dentro
de mí y fuera de mí. Tú me has atraído a la virtud con la belleza de un alma en
la que la virtud me pareció tan bella que cautivó irremediablemente mi corazón…
Me has atraído a la verdad con la belleza de esa misma alma». No podemos desde
luego considerar a Charles de Foucauld el único modelo de misión para todas las
situaciones, hay también otros santos ejemplares, como por ejemplo Francisco
Javier, Daniel Comboni y muchos más, que representan otro tipo y otro carisma
misionero. Las situaciones misioneras son diversas al igual que los retos y las
respuestas.
De todos modos, creo que Charles de Foucauld no es sólo un modelo
para la misión en el desierto entre los musulmanes, sino también en el desierto
moderno. Es emblemático que Teresa de Lisieux haya sido proclamada patrona de
las misiones, ella, una joven monja carmelita, que no salió del Carmelo y no
estuvo nunca en un país de misión; y, sin embargo, prometió dejar caer una
lluvia de rosas desde el cielo después de su muerte.
No son raros
los llamamientos a la misión, pero a menudo parecen abstractos y a veces
incluso agotadores.
KASPER:
También los cristianos somos hijos de nuestro tiempo; queremos planificar,
hacer, organizar, controlar los resultados…
Charles de Foucauld nos sugiere
otra manera: imitar y vivir la vida de Jesús en Nazaret. Podríamos
preguntarnos: Jesús, treinta años de vida oculta en Nazaret de los 33 que
vivió, ¿fue acaso un tiempo perdido? Precisamente la realidad cotidiana, la
realidad ordinaria es el verdadero espacio donde se manifiesta el don de la
vida cristiana.
Al respecto podemos recordar un pasaje importante de la
constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, en el párrafo 31, donde
el Concilio habla de la misión de los laicos y dice que los laicos son fieles
que viven en el siglo, es decir, en las condiciones ordinarias como el trabajo
y las otras actividades diarias. «Allí, en las condiciones ordinarias de su
vida manifiestan a Cristo por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad».
Charles de Foucauld en 1902 |
A veces tenemos la idea equivocada de que para ser una laico comprometido en la
misión se ha de ser un empleado eclesiástico, que en lo que le es posible
participa en las tareas del sacerdote, se muestra activo en la liturgia,
etcétera. Pero lo más importante es vivir el Evangelio en la vida diaria, en la
oración, en la caridad, en la paciencia, en el sufrimiento, ser hermano de
todos y estar convencido –como dice san Pablo– de que la misma Palabra de Dios,
si es recibida y vivida por nosotros, corre y convence.
Muchos
reconocen que los cristianos son hoy minoría. Y dicen que por ello hay que
moverse, ser creativos, reavivar nuestra acción. ¿Le convence este
planteamiento?
KASPER: Me
convence sí y no. Sí, si los cristianos se despiertan, son conscientes de su
situación, de los nuevos retos y de su misión. No podemos contentarnos del
status quo y seguir como si no pasara nada.
Esto vale sobre todo para la Europa
occidental, que vive una profunda crisis de identidad, mientras que antaño
estaba marcada claramente por el cristianismo. Europa debe despertarse de su
indiferencia, que es una falsa tolerancia. Pero, por otro lado, existe el
peligro de comportarse como los propagandistas de un lobby minoritario, o sea,
sectario. En este sentido, no al fanatismo militante como lo vemos en muchas
viejas y nuevas sectas, que hoy son un nuevo reto en todo el mundo.
Sobre todo
a partir del Concilio Vaticano II hace falta una estilo dialogante, es decir,
una actitud de respeto también con aquellos que son definidos lejanos, que tal
vez mantienen un vínculo tenue, pero resistente, con la Iglesia, y una actitud
de respeto hacia la cultura moderna, cuya legítima autonomía reconoce el mismo
Concilio. No queremos y no podemos imponer la fe, que por su naturaleza no
puede ser impuesta; queremos –como dice el Concilio Vaticano II en el párrafo 1
de la constitución pastoral Gaudium et spes– compartir los gozos y las
esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo,
sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, y, mediante esta vida de
participación, dar testimonio de nuestra fe.
¿Y De Foucauld
tiene que ver con esto?
KASPER: Esta
actitud era típica de Charles de Foucauld. Recordemos su amistad con los
tuáregs y sobre todo con su jefe Musa ag Amastan.
Él no hacía nada para
convencer y conseguir prosélitos. Como máximo podía llevar a Cristo cerca de
ellos, llevando el tabernáculo al desierto. Pero luego no ideaba estrategias elaboradas.
Vivía simplemente su vida de oración y de trabajo. Sólo después de su muerte
encontró discípulos, discípulos que hoy viven en medio de los más pobres
compartiendo con ellos las experiencias diarias.
Recientemente,
en los debates sobre las raíces cristianas de Europa, algunos pensadores laicos
le han reprochado a la Iglesia su timidez a la hora de defender y proponer
verdades y valores. ¿Qué piensa de estas acusaciones? ¿Qué diría De Foucauld?
KASPER: La
acusación dirigida a menudo contra la Iglesia en su conjunto carece de
fundamento; el Papa y muchos episcopados europeos se han expresado claramente y
con fuerza en favor de la identidad cristiana en Europa. Pero al mismo tiempo
es verdad que en algunos ámbitos y círculos dentro de la Iglesia existe cierta
timidez y debilidad a la hora de defender y proponer la verdad y los valores
cristianos. Esta actitud nace a menudo de una fe frágil que ha perdido sus
certidumbres, su determinación, que confunde la tolerancia con la indiferencia.
Charles de Foucauld no gritó grandes consignas: su conducta nace de una
convicción totalmente distinta. Parte de una fe sólida y vivida, que en sí
misma, incluso sin grandes palabras, era un testimonio fuerte y valiente, pero
también humilde, del mensaje cristiano y de sus valores. Sin pretensiones de
posesión, sin actitudes de desafío.
Escribe a finales de 1910: «Jesús es
suficiente. Allí donde está, no falta nada. Quien se apoya en él es fuerte
gracias a su fuerza invencible». Un testimonio de este tipo puede llevar a los demás
a reflexionar, a hacerse preguntas, puede suscitar admiración y, si Dios
concede la gracia, también el deseo de compartir esta vida según los valores
cristianos. De hecho, nuestra defensa de la identidad cristiana de Europa será
convincente sólo si vivimos los valores que defendemos. No son las palabras, es
la vida lo que convence. Como reconocía De Foucauld en un escrito de julio de
1899, «se hace el bien con lo que uno es, más que con lo que uno dice… Se hace
el bien cuando se es de Dios, se pertenece a Él». Y cuando esto sucede, no hay
que inventarse nada. Basta «quedarse donde uno está, dejar penetrar, crecer y
consolidar en el alma la gracia de Dios, defenderse de la agitación».
También las
peticiones de perdón por los pecados pasados han sido consideradas por algunos
como una manifestación de debilidad. ¿Qué piensa usted de estas afirmaciones a
la luz de la figura de De Foucauld?
KASPER:
Charles de Foucauld tenía razón cuando pedía perdón por su vida derrochada
antes de su conversión. Nos muestra que un nuevo inicio siempre es posible, por
gracia divina. También nosotros en cada celebración eucarística comenzamos con
un acto penitencial; esto sería algo impensable en una reunión de partido, de
una empresa o de cualquier asociación.
Haciendo esto, expresamos nuestra
debilidad, lo cual es un acto de sinceridad, pero al mismo tiempo manifestamos
la fuerza del mensaje cristiano de la misericordia y del perdón, es decir, de
la posibilidad que Dios pueda realizar un cambio y dar un nuevo inicio también
a una historia humana sin salida y sin esperanza.
Escribe De Foucauld en una
meditación: «No hay pecado tan grande, ni criminal tan empedernido, al que tú
no ofrezcas en voz alta el paraíso, como le dijiste al buen ladrón, al precio
de un instante de buena voluntad».
Pedir perdón no es por tanto una debilidad
sino una fuerza; es expresión de una esperanza que no olvida, no reniega o
retrata el pasado y que al mismo tiempo no se siente encadenada al pasado y
puede mirar al futuro. Pedir perdón es expresión de la libertad cristiana, libertad
que nosotros conocemos en Cristo. Pedir perdón no es una acción políticamente correcta, sino que tiene que ver con la naturaleza de la Iglesia y con su
mensaje.
Charles de Foucauld en la ermita en el desierto de Tamanrasset donde custodiaba el tabernáculo con el ostensorio |
¿Qué tienen en
común los tuáregs de África con nosotros, hombres de las realidades urbanas?
KASPER: De
Foucauld lleva a Jesucristo hasta «aquellos que no lo buscan». Podemos decir
que, en ciertos aspectos, la situación de los tuáregs de Argelia es semejante a
la de nuestros contemporáneos en la realidad urbana, es decir, a nuestra misma
situación, si bien exteriormente la diferencia es manifiesta; allí se trata de
pobreza material, aquí de pobreza espiritual.
El desierto es, por supuesto,
distinto, pero el punto común reside en el hecho de que ni ellos ni nosotros
estamos de verdad “en casa” en ningún lugar; estamos en camino, somos nómadas.
Además, tenemos en común cierta letargia. A menudo vagamos sin una meta
concreta ni una sólida esperanza. Somos, pues, un pueblo en el que la
predicación del Evangelio y la conversión son difíciles. En esta situación,
Charles de Foucauld nos da una respuesta profética pero también exigente, en el
fondo la única respuesta posible: una vida evangélica que manifiesta la
alternativa profética del Evangelio, haciendo que sea de nuevo interesante y
atractivo. De este modo Charles de Foucauld es una figura luminosa, y puede ser
también un válido remedio frente al peligro de un aburguesamiento y de un
tediosa banalización de la Iglesia.
Para De
Foucauld los pobres son los destinatarios predilectos de la promesa de Cristo. ¿No
le parece que esta percepción de la predilección de los pobres se ha ofuscado?
KASPER: Los
pobres y los pequeños son según Jesús los predilectos de Dios y los
destinatarios de su evangelización. También san Pablo nos dice que en las
comunidades primitivas había pocos ricos, pocos sabios, pocos poderosos y pocos
nobles.
El Concilio Vaticano II descubrió de nuevo y reafirmó este aspecto;
después del Concilio se ha hablado mucho de la opción preferencial por los
pobres.
La teología de la liberación se ha inspirado en este mensaje, pero a
veces lo ha hecho con fines ideológicos; al hacer esto, se ha vuelto ambigua.
Esto no significa, sin embargo, que el mensaje haya dejado de ser válido y
actual. Todo lo contrario. La gran mayoría de la humanidad vive actualmente por
debajo del umbral de pobreza, y esto es verdad sobre todo en África, donde
Charles de Foucauld vivió, entre los pobres.
Espero que su beatificación
replantee con un significado de ningún modo ideológico, la urgencia de hacer
frente al desafío de la pobreza, tanto material como espiritual, y nos muestre
la respuesta evangélica, vivida por él de modo ejemplar, que el mundo actual
debe dar.
Gianni
Valente
http://www.30giorni.it/articoli_id_7911_l2.htm
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