Pero, ¿Qué es eso a lo que llamamos amistad?,
¿cómo vivió la amistad Carlos de Foucauld?, ¿es la amistad un camino para la
evangelización?
1. ¿A QUÉ LLAMAMOS AMISTAD?
La amistad es
una forma de amor y el amor va de dentro a fuera. Toda amistad supone amor,
pero no todo amor supone amistad, que es un don que necesita ser aceptado. El
amor, como el ser de la persona es dialógico, ya que se dirige hacia otra
persona para plenificarse. El ser humano
se reconoce como un yo a través de un tu, y encuentra su justa dimensión en un
nosotros.
Cada vez que
se constituye una nueva amistad, un “nosotros”, la otra persona forma parte de
mi ser. Llevamos dentro de nosotros, en nuestra conciencia, a nuestros amigos.
Y la Conciencia en mayúscula, que es Dios y que está en lo más profundo de
nuestra realidad, reúne a todos los amigos, que viven del amor, en su Reino.
Una persona
egoísta no puede tener amigos. Podrá tener relaciones interesadas o personas a
quienes quiera por placer, pero no personas amigas. La amistad no interesada
presupone un vaciamiento para que pueda entrar la otra persona en nosotros y se
cree una intimidad común. Propiamente hablado solamente pueden tener amigos de
verdad las personas buenas, las que se han vaciado de su yo y han dejado brotar
en su ser la gracia de Dios, su Presencia amorosa.
En esa
comunión de vida se integran los amigos. Así, la amistad es la disposición de
la persona que consiste en obrar con facilidad y alegría el bien de la persona
amiga. Nace como sentimiento y alcanza después su plena verdad al ser querida y
cultivada la amistad como forma de amor.
La condición
previa a toda amistad es el conocimiento mutuo. Muchas personas hablan de sus
amigos y apenas los conocen. ¿Cómo podríamos amar a la persona amiga si no la
conocemos? Pedro Laín Entralgo nos dice como debemos relacionarnos con la
persona amiga:
Cuando el otro me es tú, debo acercarme a él
y decirle, como un penitente: “…No basta que Dios te hay creado, no basta que
tus padres te hayan traído al mundo: es también necesario que yo te haga
existir. Tú dependes de mí; tú, que cuando yo me doy a ti pareces depender de
mí. Y si tu persona no echa raíces en la mía, si yo no la planto en mi corazón,
si no la cultivo en mi razón, si ella no florece en mis acciones, aunque esté
contenida en esa Imagen divina en la que estoy inscrito, no está en parte
alguna…”[1].
Y Santo Tomás
de Aquino nos dice los cinco efectos de la amistad: “… El amigo quiere que su amigo sea y viva; quiere su bien; se porta
bien con él y lo trata bien; convive con él gustosamente; comparte los
sentimientos, en las alegrías y en las tristezas…”[2].
Antes de confiarse a una persona amiga se ha
de poner a prueba su fidelidad, y ésta se manifiesta con la abnegación para con
el amigo, permaneciendo a su lado en medio de la adversidad. El amigo cierto se
manifiesta en las situaciones inciertas. Y es que hay amigos que no buscan en
la amistad más que su propio provecho, y por eso permanecen tales en el día de
la prosperidad, presentándose incluso como el mejor amigo, pero abandonan en el
día de la adversidad, cuando ya no pueden percibir beneficio alguno de la
amistad; son compañeros en la mesa, pero no en la desgracia.
No es raro que
tales amigos, por cualquier motivo, se conviertan en enemigos, y entonces,
cuanto más íntima y confidencial fue la amistad con estas personas, tanto mayor
será el mal que tal vez tengamos que sufrir, pues conocen más a fondo nuestros
defectos y los podrán descubrir a los demás. Si bien se han de mantener
relaciones amistosas con las personas, sólo a los amigos de fidelidad probada,
se debe manifestar nuestra intimidad a fin de recibir consejo, ya que la
amistad íntima supone una unión y compenetración de afectos que no es posible
con muchos, y una confianza y lealtad que no siempre se encuentra. San
Francisco de Sales aplica esta sentencia a la elección de un consejero
espiritual. Bueno será que, además de nuestros amigos, tengamos una persona de
mayor experiencia humana y espiritual a quien podamos acudir en busca de
consejo en las dudas y problemas que afectan a nuestro camino interior. El
verdadero amigo, fiel en todas las circunstancias, es un tesoro de incalculable
valor.
Entre los
amigos ha de existir una confianza y un amor mutuo, que los ha de hacer cada
día mejor, advirtiéndose mutuamente los defectos y ayudándose a corregirlos. La
benéfica influencia de la amistad se dejará notar esencialmente en medio de las
adversidades; el verdadero amigo permanece más unido que nunca en el momento de
la adversidad, y, con el ánimo que le infunde y su desinteresada ayuda, es su
mejor consuelo y tal vez único sostén. Los justos, fieles a Dios en todas las
circunstancias, lo son también al amigo, y sólo ellos permanecen fieles a la
amistad en la desventura del amigo. Su fidelidad maravillará al amigo, que, a
su vez, se esmerará en imitarla, con lo que existirá entre ellos la más noble y
sincera amistad.
En el
cristianismo, la amistad se considera una virtud en cuanto refleja el amor de
Jesús por todas las personas, sin distinción. En los Evangelios se le llama “amigo de publicanos y pecadores”[3].
Se dirige a
los discípulos llamándolos “amigos”[4].
Con esto se
pone de manifiesto la fidelidad del Dios de Jesús, que tiene una disposición
benévola frente al ser humano pecador e interpreta esta relación como amistad.
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