“¡Con el ay, con el marabay,
con el bú, con el marabú!
Ay que me mu, que me muero,
si me miras tú”.
Pero luego le he cogido respeto porque, leyendo la vida de Carlos de Foucauld (no se pierdan su espléndida biografía por Antoine Chatelard en PPC) me he enterado de que era el apelativo que empleaban los tuareg para referirse a aquel extraño francés que vivía entre ellos en Tamanrasset, en la Argelia profunda.
Ahora están a punto de beatificarlo y, mira por
dónde, la cosa va a coincidir con el año en que en toda la Iglesia hemos
tratado de profundizar en la Eucaristía y que termina con un Sínodo de obispos
en Roma.
Providencial coincidencia para que el nuevo Beato
Carlos (supongo que, a él, que sólo
pretendía en la vida llegar a ser “hermano de todos”, le resultará rarísimo
oírse llamar así…), nos contagie algo de su peculiar manera de vivir la Eucaristía.
Como muestra, una página de su diario: “Los nómadas y los escasos sedentarios han
adoptado ya la costumbre de venir a pedirme agujas, medicinas, y los pobres, de
cuando en cuando, un poco de trigo. Estoy abrumado de trabajo pues quiero
terminar cuanto antes un diccionario de tuareg.
Como me veo obligado a interrumpir
a cada momento el trabajo para ver a los que llegan, o realizar menesteres
menudos, esto adelanta poco. (...) Para tener una idea exacta de mi vida, hay
que saber que llaman a mi puerta por lo menos diez veces por hora, más bien más
que menos, pobres, enfermos, viajeros, de suerte que, con mucha paz, tengo
mucho movimiento” (30-IX-1901).
J.F. Six, uno
de sus biógrafos, lo comenta así:
“El
Hno. Carlos se fue dando cuenta de que lo importante no era pasar ratos de
adoración, ni celebrar a todo trance la santa misa, sino ser como Jesús. Fue
siendo progresivamente asimilado, por decirlo así, por la realidad eucarística,
que expresa la oblación de Jesús a su Padre y el don de sí mismo en alimento a
los hombres. En adelante sabe que la contemplación de Jesús en la Eucaristía,
exige de él que se entregue totalmente al Padre y se deje comer por los demás,
en una vida que sea prolongación de la Eucaristía”.
No tengo ni idea de lo qué dirá el documento que
resuma los trabajos del Sínodo, pero por si acaso va por otro lado, no nos
viene mal recordar que todo empezó cuando Jesús pronunciaba la bendición sobre
el pan y se partía la vida por la gente, aunque aún no sabía lo de la
transubstanciación.
O cuando brindaban él y sus amigos con el vino joven
de Galilea y se pasaban la copa para expresar su deseo de compartir la misma
suerte. Y no tenían ni idea de que los que venimos detrás íbamos a participar
del cáliz “por intinción”
El Hermano Carlos debió aprender todo eso (lo de la sustancia y las especies y lo de las
partículas y el purificador...) cuando estaba en la Trapa y estudiaba para
ordenarse sacerdote y, seguramente, cuando celebraba después en aquel rincón
perdido del Sahara, cumplía con todas las rúbricas a rajatabla, porque así era
él en todo.
La diferencia está en que, a él, de tanto frecuentar
la Eucaristía, se le fueron contagiando los gestos y las actitudes de Jesús y
por eso se puso a hacer lo que él hizo, en memoria suya. Y, lo mismo que su
Maestro, fue convirtiendo su existencia en un pan partido y repartido, devorado
por todos los que tenían hambre de ser queridos, escuchados, comprendidos,
sanados.
Con la misma naturalidad con que acogía a los que
llamaban a su puerta, se repartía a sí mismo sin reservarse nada, entregando a todos
su tiempo, su afecto, su interés y su amistad.
Lo dirá más tarde René Voillaume, primer “seguidor”
del Hermano Carlos, fundador de la Fraternidad de Hermanos de Jesús y autor de
En el corazón de las masas, ese “libro de cabecera” de la generación del postconcilio:
“Vivir la Eucaristía es entregarse a los
otros, llegando a ser para ellos, por el amor y la contemplación eucarística,
algo “devorable”.
En fin, que de no entender bien lo que dice el Tantum
ergo, cabe la posibilidad de pasarse a lo del Marabú.
Dolores Aleixandre
(Artículo publicado en la revista ALANDAR)
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