Día y noche,
el hermano Carlos contempla a su divino modelo y se deja guiar por la consigna
que se ha dado: “la medida de la imitación es la del amor”. Igual que Jesús con
su muerte nos dio la mayor prueba de amor, para Carlos “pedir, desear y, si
Dios quiere, sufrir el martirio es amar a Jesús con el amor más grande”:
“¡Si supiera
cuanto deseo terminar mi pobre vida, tan mal comenzada y tan vacía, de la
manera que dijo Jesús el día de lacena: que no hay amor más grande que dar la
vida por los que uno ama! Soy indigno de ello, pero ¡lo deseo tanto!”
“Cuando
podemos sufrir y amar, podemos mucho, podemos lo más que se puede en este
mundo: sentimos que sufrimos, no siempre sentimos que amamos, y esto es un
sufrimiento añadido, pero sabemos que querríamos amar, y querer amar es amar”.
“El
único amor verdadero, el único digno de ese nombre, es el que se olvida y lo
olvida todo para no desear más que una cosa y no vivir más que por una cosa: el
bien del Amado”.
La cruz es el
reverso doloroso de un amor ardiente. El corazón, emblema del amor, queda para
siempre traspasado por la cruz. Y el amor es más fuerte que la muerte.
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