jueves, 22 de mayo de 2014

El Sagrado Corazón de Jesús y los Cistercienses


Cuando hablamos del Sagrado Corazón, inmediatamente lo asociamos con Santa Margarita María de Alacoque y San Claudio de la Colombière, entre otros.
Pero, ¿debemos esperar hasta el siglo XVII para oír hablar del Sagrado Corazón?; ¿no tenemos noticias de este amable Corazón si volvemos la vista atrás a otros siglos?

Si nos fijamos aunque sea mínimamente, podemos observar que el Corazón de Jesús era conocido y amado ya entre los primeros cistercienses.
De allí que nuestro querido Hermanito Carlos haya heredado ese amor tan grande al misterio del Corazón del Redentor sembrado por Maria de Blondy primero y cultivado por la tradición de los santos de la Trapa en la vida de nuestro Maria Alberico.


San Bernardo, el gran enamorado de Cristo y de Su Humanidad, también evoca el Corazón de Jesús, como lo vemos en el 7º sermón sobre el salmo “qui habitat”: ¡Ah, si pudiera ser esta paloma que anida en un agujero del lado derecho! Este agujero del lado derecho del costado de Cristo es la puerta que conduce a Su Corazón. Y en el 45º sermón sobre el Cantar de los Cantares nos revela: El secreto de Su Corazón se está viendo por las aberturas de Su Cuerpo; este gran secreto de ternura se revela, las entrañas de Dios se revelan.
San Elredo, en la obra que escribe para su hermana  “La vida de reclusa”, comenta: Entonces uno del os soldados le abrió el costado con su lanza, y brotó sangre y agua. Date prisa, ve a comer el panal con su miel, ve a beber su vino con su leche…
Aquí vemos también una evocación al Corazón de Cristo.
Y si nos adentramos un poco más en nuestros Padres, podremos ver alusiones también en Gullermo de Saint-Thierry, en Gilberto de Hoyland, o en Guerrico de Igny.
Sin embargo, donde podemos decir que es más fuerte este amor y este deseo hacia el Sagrado Corazón, es en las monjas cistercienses ya del siglo XIII. ¿Quién no ha visto alguna vez representado a Santa Gertrudis sujetando en su mano el mismo Corazón amado del Señor?
Fijémonos en Santa Matilde de Hackeborn (1248-1299), en el libro que sus novicias escribieron de las experiencias espirituales que su Maestra les comentaba: “Libro de la gracia especial”, encontramos estos pasajes:
“Te entrego Mi Corazón como morada de refugio”. Este regalo fue uno de los primeros dones de Dios, desde entonces comenzó a sentir un afecto especial de devoción hacia el Corazón de Jesucristo. Casi siempre que se le presentaba el Señor recibía alguna gracia espiritual de Su Corazón… Ella misma solía decir: Si se escribieran todos los bienes que me ha concedido el benignísimo Corazón de Dios resultaría un libro más voluminoso que el de maitines”.
¿Hay acaso algún escrito de Santa Margarita de mayor amor hacia el Corazón de Cristo? Matilde, también al igual que Santa Margarita siente la llamada del Señor a extender el amor hacia Su Corazón entre todos los hombres, reparemos en otro pasaje de la misma obra: Contempla el Corazón (de Cristo) abierto y dilatado como unos dos palmos, en llamas, pero sin tener figura de brasas. Su maravilloso color y su figura eran indescriptibles. Le dice el Señor: “Quiero que sean de este modo incendiados los corazones de todos los hombres con el fuego del amor”. 


Pero si nos detenemos más en esta obra, podremos espigar muchos más pasajes sobre este divino Corazón.
Y ahora, nos toca hablar de Santa Lutgarda (1200-1246) en quien también se manifiesta un amor inefable hacia Cristo. Y es que ella ha sido considerada por la Iglesia como la Primera mística del Sagrado Corazón. En ella observamos una manifestación mística sin precedentes, como fue el intercambio de corazones. Lutarada poseía el don de curación y por eso muchos acudían a ella; esto le impedía tener tiempo para su oración y entonces, un día, le dijo a Jesús:
-“¿Cuál es la ventaja de mi don de curación si hace imposible mis visitas a Ti? Por favor tómalo, y dame en cambio algo mejor”. El Señor le respondió: -“¿Qué deseas?” Lutgarda hizo algunas peticiones a Su Señor y al final, Éste le volvió a preguntar: -“¿Qué más deseas?” Lutgarda le pidió Su Corazón. Y el Señor le respondió que Él también anhelaba vehementemente el corazón de ella. Lutgarda aceptó que fuera así: -“Tu amor y el mío; que sean uno y el mismo. Sólo entonces me sentiré a salvo”.
Fue una “comunión de corazones” nunca antes vista ni después conocida con estas características.
Realmente, podríamos añadir más ejemplos, pero creo que es suficiente esta pequeña selección de textos para ver la importancia que esta devoción al Sagrado Corazón tenía entre los cistercienses desde los primeros siglos. Por tanto, no es  una devoción que surgió también en nuestra  Orden  muy posteriormente a su fundación, sino una fuente donde bebieron otros santos posteriores
Cuando el alma rebosa de amor a Cristo, es difícil que uno no se acerque a Su Corazón adorable, y en el Cister hubo muchos grandes enamorados de Cristo. 
San Bernardo fue un gran contemplativo de la humanidad de Cristo y a través de esta humanidad, los cistercienses entraron en lo más profundo y más íntimo del Señor y se adentraron en Su Corazón.
Tomemos el ejemplo de nuestros santos para llegar  a las profundidades del Amor.
Marina Medina -O. Cist.-

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