«Nuestra vida de unión con Jesús no es
querida por esto, pues ella no es un medio sino un fin en sí misma. Nosotros
debemos simplemente estar presentes» (AUC, 191).
«Y para que
una tal actitud no sea un [mero] método de aproximación, es preciso que sea vivida
por los Hermanitos como una imitación del Corazón de Jesús, imitación que sólo
puede ser fruto de la vida contemplativa» (L/I, 339).
Asoma aquí el
otro elemento que va a delinear la misión de las Fraternidades. Porque si bien
la presencia del Hermanito en el mundo se hace necesaria para poder irradiar el
Evangelio por medio de su vida, este aspecto de su misión es, con todo, algo
derivado:
«Aquello que debemos desear, primariamente y
ante todo, es la total comunión con la vida del Sagrado Corazón, que es el fin
mismo de nuestra vida y que exige, igualmente, los contactos con los hombres,
para ser vivida en plenitud» (AUC, 192).
Redentores con Jesús: el Sagrado Corazón de
Jesús y la vida contemplativa de las Fraternidades
Recorriendo a
grandes trazos la historia de la vida religiosa contemplativa, el Padre
Voillaume señala que a partir de los tiempos modernos, ella tiende a salir del
claustro y a penetrar la vida cotidiana de los hombres para asumir, tanto sus
necesidades y sus penas, como la expiación de sus pecados. Esto, afirma, parece
corresponder a un desarrollo de la espiritualidad cristiana que busca cada vez
más su fuente y su camino en la contemplación del misterio del Corazón de
Jesús. Las revelaciones del Sagrado Corazón a Santa Margarita María van a abrir
una nueva etapa en la oración de las almas contemplativas.
El fin de la
contemplación ya no será únicamente la búsqueda sólo de Dios, sino la tendencia
a identificarse y asimilarse a la vida del Corazón de Jesús, Redentor del
mundo. Esto supone, además, un acento cristocéntrico sobre la vida
contemplativa, en la que Jesús comunicará sus inquietudes y sufrimientos,
asociándola a su trabajo redentor.
«Es en esta
línea donde se insertará la espiritualidad del Padre de Foucauld y sus Fraternidades,
centrada totalmente sobre el misterio del Sagrado Corazón de Jesús Redentor. Ya
hemos hecho notar esta particularidad de la espiritualidad del Padre, quien
desde un comienzo asoció a la vida de Nazaret la intensa actividad redentora
del Sagrado Corazón [...], ese impaciente deseo de salvar, por la inmolación de
sí mismo, del cual el alma del oscuro obrero de Nazaret debía desbordar, en el
silencio de sus relaciones con el Padre» (AUC, 195).
También los
Hermanitos deberán centrarse en el Corazón de Jesús, si buscan penetrar en el
misterio de Nazaret:
«La vida de Nazaret es Jesús permaneciendo
treinta años sin actividades exteriores definidas: un Hermanito no puede vivir
en Nazaret si su vida entera no está en conformidad con la vida y con la
actividad íntima de Jesús, con la de su Sagrado Corazón» (L/I, 289).
Si bien son
muy pocos los textos en los que Charles de Foucauld se refiere a la devoción al
Sagrado Corazón considerándola en sí misma, advertimos, sin embargo, con
facilidad, que la vida del Corazón de Jesús se encuentra para él subyacente a
todo, y emerge a cada instante como algo tan natural, que pareciera hacerle
innecesaria una referencia más explícita.
El culto al
Sagrado Corazón es, en el Hermano Carlos, inseparable del de la persona misma
de Jesús. Y la necesidad imperiosa de asemejarse al Señor que él experimenta
desde un comienzo, lo lleva a querer conformarse con los sentimientos de su
Corazón. Esta búsqueda de conformidad hace nacer en él un deseo de inmolación,
que se expresará primeramente en el anhelo del martirio. Pero habrá luego en él
una actitud de constante inmolación interior, traducida particularmente en su
voluntad de participación, mediante el sufrimiento, en el trabajo redentor de
Jesús:
«Deseo de sufrimientos para devolverle amor
por amor, para imitarle, [...] para entrar en su trabajo, y ofrecerme con El,
la nada que yo soy, en sacrificio, en víctima, por la santificación de los
hombres» (Ch. de Foucauld, Écrits spirituels, París 1947, 67).
Los Hermanitos
participan de esta vocación, y son llamados, junto al Hermano Carlos, a ser «redentores con Jesús». [Así el título de una importante carta del P.
Voillaume, donde expone esta dimensión de la vida de las Fraternidades: AUCM
(Sauveurs avec Jésus), 215-229. Traducida en la versión castellana como
Redentores con Jesús]:
«Amamos a Jesús: Queremos compartir toda su
labor de Redentor y todos sus sufrimientos. [...] Se trata de haber llegado a
comprender bien el sentido de la Cruz en nuestra vida, y de haber aceptado
alegre y generosamente que Jesús nos haga entrar en su trabajo. Es preciso que
nuestra alma esté dispuesta a acoger el sufrimiento, a comprender su valor, y a
amarlo poco a poco. Esto debe llegar a constituir un estado de alma permanente,
que debemos trabajar por establecer en nosotros desde ahora. Se le podría llamar
espíritu de inmolación, lo que indica el valor de sacrificio y de oblación que
otorga esta disposición del alma a todos nuestros actos» (AUCM, 216-219). [Voillaume declara, en numerosas oportunidades, la
influencia que tuvo sobre él Santa Teresa del Niño Jesús en lo que se refiere a
la comprensión del sentido redentor del sufrimiento humano en la vida
espiritual (cf. HIST, 1,146-147; 1,162; 4,59-60; 5,46)].
«Estableciendo vuestra alma en este estado
de inmolación conseguiréis la unidad de vuestra vida, que de este modo se
transforma como en un solo acto vuelto hacia Dios, en una oblación vivida a
cada instante. Es por esto por lo que nuestra vida es verdaderamente
contemplativa. Pero lo es en un espíritu de reparación, de redención, lo que le
confiere su matiz particular» (AUCM, 229).
Esta
aspiración de los Hermanitos a unirse enteramente al Corazón de Jesús no podrá
llevarse a cabo sin padecer una profunda preocupación por la redención de los
hombres y por sus sufrimientos. Porque todo configura una misma realidad, en la
unidad del Cuerpo místico del Redentor.
«Los hombres están demasiado cerca del
Corazón de Jesús como para que sus sufrimientos, sus miserias físicas y
morales, no hubieran tenido en él una profunda resonancia. Nosotros también
habremos de experimentar, consecuentemente, todos esos sufrimientos» (AUC,
197).
«No busquemos no ver, u olvidar, o
distraernos de todos esos males que agobian a nuestros hermanos. Al contrario,
nuestra alma debe llegar a ser enteramente receptiva de las preocupaciones y de
todas las miserias de los otros. No encerremos nuestra vida interior en un
oasis de indiferencia, bajo el pretexto de preservar nuestro recogimiento.
Dejémonos invadir por todo el sufrimiento, todas las desesperanzas, todos los
gritos de angustia de la humanidad. Somos totalmente solidarios en Cristo.
Nuestros coloquios silenciosos con Jesús deben sensibilizarnos cada vez más
para experimentar dolorosamente todo aquello que hace mal a nuestros hermanos
e, inversamente, toda esta pena experimentada por nosotros a causa del
sufrimiento de nuestros hermanos debe conducirnos a comprender mejor el abismo
misterioso del corazón de Jesús» (AUC, 202).
Advierte, sin
embargo, Voillaume, sobre un riesgo: «El
escollo que ha de evitarse es el de llevar esta compasión a una sensibilidad
malsana, replegándonos sobre este sufrimiento, o dejándonos aplastar por él. La
alegría de la cruz ha de dominar todo. Nuestra compasión no debe ser piedad o
compasión puramente sensibles. El estado de nuestra alma ha de estar en
comunión con el misterio mismo de Cristo y, consecuentemente, incluir la paz y
la alegría inenarrables de las que el fondo del alma del Verbo encarnado estuvo
siempre inundado. El riesgo principal de estos contactos es, pues, que ellos no
repercutan en nosotros sino de un modo sensible y humano. De allí la constante
necesidad de una unión muy pura con Jesús, a la que debe conducirnos nuestra
vida eucarística; sólo ella podrá elevar poco a poco a la realidad de una
participación en el misterio de la Cruz de Jesús, aquellas preocupaciones,
fatigas y sufrimientos que nos alcancen nuestros contactos con los hombres»
(Ib., 202-203).
Uno de los
motivos que más influyeron para que los Hermanitos abandonaran la vida
claustral fue el deseo de compartir, de una manera efectiva, la suerte de los
desheredados. Pero el contacto y las relaciones con los hombres no fueron sólo
exigidos para la realización de una vida pobre, sino también «por la verdad misma de una vida
contemplativa que tiene por término la unión a Cristo entero, el Cristo con
todos sus miembros, y esta vida quiere ser una participación real en los
sufrimientos de la Cabeza y de los miembros» (AUC, 199).
«El tipo de vida contemplativa que nos ha
legado el padre Charles de Foucauld no sólo se distingue por el hecho de que se
viva en medio del mundo y compartiendo la condición de la gente pobre (esto
implicará, por lo demás, una transformación de los medios de la vida
contemplativa); va más allá, puesto que esa vida contemplativa, centrada en el
Corazón de Cristo, se abre al misterio de la caridad para con los hombres, contemplada en su fuente divina» (CONT, 61).
Será entonces
en la contemplación del Corazón de Jesús y en la asimilación a él, donde
alcance su unidad la vida contemplativa de las Fraternidades. Allí se conjugan
elementos aparentemente contradictorios, que configuran la vida religiosa de
los Hermanitos.
«Toda la vida del padre Charles de Foucauld
está consagrada al Corazón de Cristo como único lugar donde se encuentran [...]
esos dos movimientos de amor aparentemente tan diversos, en las condiciones de
su realización concreta: el que nos impulsa a amar a Dios hasta la separación
de lo creado, y el que nos mueve a amar a los hombres con una total presencia a
sus tareas terrenas cotidianas» (CONT, 62).
Si bien más
adelante desarrollaremos con mayor detenimiento la dimensión eucarística de la
vida de las Fraternidades, parece necesario, sin embargo, señalar aquí la
íntima relación que existe, en la vocación de los Hermanitos, entre su participación
en el misterio del Corazón de Jesús, y su vida eucarística. Ya Carlos de
Foucauld presentaba claramente asociadas estas dos realidades en su experiencia
espiritual. Voillaume se preocupó, a su vez, de que esto no se perdiera de
vista en la experiencia espiritual de las Fraternidades:
«Este estado de ofrenda al sufrimiento por
amor, que tiende poco a poco a hacerse como habitual [...], no hace sino
explicitar el carácter de víctima en unión con Cristo, impreso por el bautismo
en nuestras almas. En la Misa es donde ejercemos litúrgicamente este carácter,
ofreciéndonos realmente con Jesús. No tengo, pues, necesidad de insistir aquí
sobre la importancia primordial del Sacrificio Eucarístico en nuestra vida de
redentores. «En la Santa Misa es donde realizamos al máximo esta comunión con
Cristo crucificado y ofrecido, debiendo ser, nuestra vida de inmolación, su
realización diaria» (AUCM, 227).
Fuente: RECONDO, José María, El camino de oración en René Voillaume
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