En el evangelio de la infancia, Nazaret está estrechamente unido a Belén.
En este tema de Nazaret es menester profundizar, recorrer caminos nuevos, porque Nazaret es ante todo un acontecimiento sobre el cual el Nuevo Testamento no ha insistido mucho. Además, no existe en el Antiguo Testamento. Y, sin embargo, para la fe y para la reflexión cristiana, Nazaret es un encuentro que no se puede soslayar. De otro modo no se pueden comprender algunas declaraciones de Jesús que están sostenidas por la referencia a Nazaret, por su experiencia allí, por su actitud durante esos 30 años. Se trata de un acontecimiento-revelación como los hay en el Antiguo Testamento, acontecimientos acompañados normalmente por palabras o gestos interpretativos inspirados por el Espíritu Santo y comentados e interpretado en el momento mismo o más tarde por los profetas.
Pero Nazaret es, sobre todo, un
acontecimiento. No hay muchos comentarios que lo interpreten, solamente algunas
líneas en el Nuevo Testamento. Somos invitados, con mayor fuerza aún que por
Belén, a la meditación. Y una meditación que obliga al cristiano que quiere
hacer de Nazaret la fuente de su vida espiritual a abrir casi toda la Biblia y
a buscar en el Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento un reflejo, una conexión
con estos treinta años de vida escondida, de esta vida tan sencilla de Jesús.
Si no somos capaces de contemplar no encontraremos nunca Nazaret, porque
Nazaret obliga a contemplar largamente (no a adivinar lo que no existe)
intentando comprender lo que está ahí escondido.
Nazaret es ante todo un signo,
una palabra que Dios nos da, que Jesús nos ha dicho con su vida. Quizá Jesús
interpretaba su experiencia de Nazaret cuando decía palabras como estas: “A
quien se encumbra lo abajarán y a quien se abaja, lo encumbrarán” (Mt 23,12)
Estas palabras se encuentran en varios sitios del Nuevo Testamento. ¿Significa
eso que Jesús tenía la costumbre de resumir así el lugar del hombre frente a
Dios? Abajamiento y exaltación serían como la llave de su experiencia humana en
el horizonte del plan de Dios, de la exaltación de la Pascua. Pero si es así
estamos obligados a llegar a Nazaret para comprender la provocación de ese
abajamiento y de la sencillez que él elogia.
Nazaret no pertenece a las grandes
páginas del Nuevo Testamento. Sólo algunas palabras y de una manera indirecta.
Pero sería menester leer el conjunto de las declaraciones de Jesús para
encontrar la resonancia de Nazaret. Lo que extraña es que no haya nada en el
Antiguo Testamento sobre Nazaret. Se pueden recorrer las carreteras de Galilea
y cada dos o tres kilómetros encontrar una página del Antiguo Testamento que
interpreta un lugar u otro de Palestina y, sobre todo, de Galilea. Hay ciudades
que salen mucho, pero nada Nazaret. Esto provoca una reflexión en cuanto al
lugar de Nazaret y al hecho de que Jesús sea llamado “el nazareno”, como dicen
Mateo y Marcos.
Nazaret es un pueblo que no
pertenece ni a la historia de los hombres –los grandes caminos como la “vía
maris” que va de Damasco hasta Meggido y después Egipto, no pasan por Nazaret –
ni a la Historia de la Salvación, a la historia de Dios en el Antiguo
Testamento. Y, sin embargo, él será llamado “nazareno”, como nos lo dice Mateo.
He aquí el horizonte delante del
cual hay que situarse para comprender el misterio de Nazaret en la
contemplación. Y también en las contradicciones, pues no es fácil comprender el
misterio y el mensaje de Nazaret. Y, sin
embargo, Jesús vivió treinta años en este pequeño pueblo.
En la Escritura, disponemos de
tres temas, de tres referencias evangélicas, sobre Nazaret: 1º.- Jesús en
Nazaret, sus treinta años de vida en Nazaret (Lc 2, 39-52; Mt 2, 23); 2º.-
Jesús rechazado en Nazaret (Mt 3,58; y paralelos); 3º.- Jesús rechaza Nazaret. Veremos
que es Él el que se va, que toma sus distancias en relación a Nazaret.
Jesús en Nazaret
Tanto Mateo como Lucas nos ofrecen algunas líneas de orientación para acercarnos a Nazaret. Es conocido el texto de Lucas 2, 39-52 donde el evangelista habla de la llegada de Jesús a Nazaret, de su visita al templo de Jerusalén (la “casa de su Padre”) y, por fin, su regreso a Nazaret. En este primer texto nos damos cuenta que la palabra más misteriosa de Jesús, que se intenta interpretar, es la primera que tenemos de él, a los doce años, cuando contesta a sus padres dándoles la razón por la que se quedó en el templo. Se traduce de diversas maneras: “Debo interesarme por las cosas de mi Padre”, “Tengo que estar en la casa de mi Padre” u otras interpretaciones. Creo que ahí se esconde algo que nos acerca al misterio de Nazaret, sobre todo por esta referencia a las “cosas de su Padre”, que vuelve varias veces en la vida de Jesús, especialmente en Lucas que lo traducirá más tarde por: “Hace falta, es necesario para mí, cumplir la voluntad de mi Padre, obedecer a mi Padre”. Existe siempre en el Evangelio de Lucas esa urgencia de fidelidad, de obediencia al plan del Padre.
Creo que es en esta línea como hay que
comprender Nazaret según Lucas. Lucas nos dice que Jesús llega a Nazaret como
Hijo obediente al Padre. La primera palabra de Jesús en Lucas es: “Tengo que
interesarme por el plan, por las cosas de mi Padre”, y su última palabra en la
cruz: “Padre, confío mi alma en tus manos”. Encontramos siempre en Lucas esta
gran referencia de la obediencia al plan del Padre. Después de la formula
típica de Lucas “es menester, es necesario quedarme en el horizonte de mi
Padre”, añade que José y María no acabaron de comprender lo que les decía, y,
sin embargo “Jesús volvió con ellos a Nazaret y les estaba sumiso”. Se podría
decir que para Lucas Nazaret significa obediencia. El misterio de Nazaret es un
misterio de obediencia. Y no hay que reducirlo a algunos gestos de obediencia,
sino buscar el sentido de treinta años de obediencia. El nivel más profundo que
tenemos que buscar y escuchar es el del “Sí” de Jesús a su Padre y a sus padres
en Nazaret. En esta línea descubriremos todo el evangelio de Lucas. Se
comprende Nazaret a la luz del evangelio de Lucas y se comprende también que el
evangelio empieza efectivamente en Nazaret.
Para Mateo, nazareno es también
una palabra misteriosa. Aquí Jesús no vuelve a Nazaret desde el templo de
Jerusalén como en Lucas, sino a partir del exilio. Jesús había tenido que dejar
Belén por culpa de Herodes y huyó a Egipto. Una vez alejado el peligro, va a
Nazaret, el pueblo de María. Sin embargo, la fuerza del anuncio de Nazaret,
cuando se escucha a Mateo, no se sitúa ahí. La fuerza del mensaje está en el
título que se da a Jesús: “se llamará nazareno”, título que darán también a sus
discípulos. “Se llamará” para la Escritura significa “será” el nazareno,
realizará su identidad de nazareno, será siempre un nazareno. Y esto, nos dice
Mateo, “para cumplir las Escrituras”. Pero, ¿qué Escrituras hablan de nazareno?
Hay que comprender esta palabra según la exégesis y el conocimiento del Antiguo
Testamento y también del conjunto del Nuevo Testamento, pero siempre con la
preocupación de no encerrar ni reducir en una definición la vida de Nazaret.
Se encuentran en la Biblia dos
ecos que nos conducen hacia el sentido de Nazaret, uno de ellos está en Isaías
42,6 y 49,6. Se trata del texto del Siervo de Yahvé: la palabra hebrea
utilizada corresponde a Nazaret. Significa “escondido por Dios”, “mantenido a
parte por Dios”, “reservado por Dios y para Dios”. Y los exegetas dan el mismo
sentido a la palabra “nazir”, “nazareno”, como había sido Juan Bautista, Sansón
y otros y que significa también “consagrado a Dios”, “reservado para Dios”. Si esto
es así, hay que decir que Nazaret, nazareno, (para Mateo existe una relación
entre los dos textos) nos habla de la total disponibilidad a Dios, de tiempo
para Dios, de existencia al servicio de Dios. Pero eso lo dice de una manera
misteriosa, no evidente. Es una disponibilidad, una pertenencia a Dios, que no
es evidente, que no es reconocida, pero cuyos efectos se perciben después. Se
podría decir que ser nazareno es más un interrogante que una respuesta, porque
la palabra no corresponde a la teología corriente, a la interpretación
corriente. Es un interrogante, una provocación. En esto se nota el estilo de
Dios en la historia. No actúa para responder a las preguntas, sino para
provocar preguntas. Es una presencia que provoca preguntas, no que resuelve las
preguntas planteadas. Una presencia que provoca, eso es Nazaret. No es algo
cerrado, sino abierto a la búsqueda. Se llega a Nazaret para buscar. He
insistido un poco sobre el texto, pero es siempre el texto que hay que escuchar
y volver a escuchar. Para llegar a Nazaret somos llevados en dos líneas: la de
la obediencia y de “reservado para Dios”.
Orientándonos en la línea de la
meditación bíblica del midrash, comprendemos que obediente, según Lucas, es el
que hace “la voluntad de su Padre” y realiza el plan de su Padre. Y esta
obediencia nos hace coincidir con un gran tema del Antiguo y del Nuevo
Testamento: ¿No sería Jesús en Nazaret el reverso de la primera pareja humana
que proyectó ser como Dios, que desobedeció a Dios? Tenemos al obediente, a
Jesús, enfrentado con la no obediencia original (Rom 5, 12-21).
Si se quiere profundizar más en
este tema de Nazaret como obediencia en Lucas, hay que recurrir a otros textos,
por ejemplo: 1 Samuel 15,22-23 donde Samuel reprocha a Saúl el sacrificio sin
la obediencia: “La obediencia vale más que el sacrificio” (v.22), un sacrificio
en la desobediencia no tiene significado, no tiene fuerza. También recurrimos a
los textos del Siervo de Isaías, que todas estas páginas nos evocan.
Nazaret quiere decir obediencia
en el sentido pleno, en el sentido profundo de la palabra sacrificio. El primer
sacrificio es la obediencia y para insistir un poco más, es nazareno el que
obedece, el que está al servicio de Dios, que está reservado para Dios y para
su plan. Coincidimos aquí también con los textos del servidor. Esta es nuestra
primera reflexión en torno a Jesús en Nazaret.
Jesús rechazado por Nazaret
Otra página que nos ayuda a
acercarnos a Nazaret y a entender su mensaje, es cuando Jesús es rechazado por
los nazarenos. Lo que sorprende es que los cuatro evangelios, incluido Juan,
nos hablan de este rechazo de Jesús por parte de Nazaret. Para ser exacto hay
que decir que no sólo ha sido rechazado, sino excomulgado de la comunidad de
Nazaret, expulsado oficialmente de la sinagoga, como era la costumbre y el
estilo de la época. ¡Jesús excomulgado de la comunidad de Nazaret! Es una página que evidentemente nos
desconcierta.
Los evangelios nos lo recuerdan
según tres líneas de interpretación, cada una un poco diferente: ¿Por qué Jesús
fue excomulgado? ¿Por qué Nazaret se cierra en banda frente a Jesús? ¿Por qué
no reconoce a Jesús?
En primer lugar, porque es de tal
manera uno de nosotros, uno de nuestro pueblo en medio de nosotros, que no
puede ser extraordinario, que no aceptan que sea extraordinario cuando vuelve a
Nazaret. Es lo que nos deja entender la reflexión de Mateo (13,53-58) y de
Marcos en el texto paralelo 6,1-7: “es uno de nosotros”. Lucas coloca el episodio
de Nazaret al principio de su evangelio. Jesús empieza por “ser” de Nazaret
antes de allí ser rechazado. ¿Por qué, según Lucas, Nazaret rechaza a
Jesús? Nazaret rechaza a Jesús porque
habla de misericordia y de universalismo. “Había en los tiempos de Elías varias
viudas […] En los tiempos de Eliseo muchos leprosos […]”
Juan, por su parte (7, 1-10)
constata que los que rechazan a Jesús son los de su familia, sus primos. Se
percibe que el motivo de rechazo en Juan es que Jesús es un hombre, sencillamente
un hombre como los demás. Es de origen modesto, no puede pretender entrar en la
historia, no se puede creer en él si sale de Nazaret. Es más, o menos lo que
ocurrió al joven David frente a sus hermanos.
En todo el evangelio de Juan se encuentra este
tema: “¿Algo bueno puede salir de Nazaret?” Pone esta palabra en la boca de
Natanael, (Jn 1,46), y también cuando Jesús habla del pan de vida (Jn 6,
41-42). ¿Nos puede hablar de estas grandes cosas, dado que sabemos quién es y
que conocemos a sus padres? Después, en Jerusalén, surge la gran cuestión de su
identidad. Siendo de Galilea, ¿cómo es que nos puede hablar? “Veras que de
Galilea no surge ningún profeta” (Jn 7, 40-52).
Se puede decir para resumir este
tema que Nazaret rechaza a Jesús porque es un hombre. Era en tal grado un
hombre normal, un hombre como los demás, formaba de tal modo parte de lo
cotidiano, que comprometía su credibilidad, su mensaje, con ese mensaje más
profundo de su identidad humana. Era tan hombre que eso es lo que hace que los
nazarenos lo rechacen. No se acepta que el hijo de María y de José, como lo
creían, nos ofrezca un Dios tan presente en lo cotidiano. Se busca una
presencia de Dios en lo extraordinario, no en lo ordinario, en el diario vivir.
Se tenía una teología de lo extraordinario, no de lo humano, de lo normal. Por
eso mismo Nazaret rechaza a Jesús.
Jesús rechaza Nazaret
No sólo Jesús en Nazaret, y Jesús
rechazado por los nazarenos, sino que Jesús rechaza Nazaret y los nazarenos.
Leemos también esta página en los evangelios y es preciso comprenderla. Llega
un momento en que Jesús no se reconoce como nazareno. Si las otras dos páginas
deben ser comprendidas y profundizadas, esta tercera no es tan fácil de
aceptar. ¿Significa eso que hay un momento en que hay que salir de
Nazaret? ¿De qué Nazaret hay que salir?
Los textos son evidentes cuando
se reflexiona sobre ellos en el conjunto de los evangelios y de la historia de
Jesús. Nazaret se sitúa fuera de la historia oficial, tanto la de los hombres,
como la de la salvación de Dios, pero no es eso lo que alejará a Jesús, incluso
se podría decir lo contrario. Si ha elegido Nazaret es porque allí se vivía la
historia, la más sencilla, la más humana. Pero se percibe al final, en el
periodo último de la vida de Jesús, que hay un cierto Nazaret con el que hay
que tomar distancias en un momento determinado. Cuando Nazaret se manifiesta
cerrado a Dios y a sus sorpresas, cerrado a los hombres y al universalismo, en
este momento hay que abandonar Nazaret.
Hay un texto que se lee en los
tres evangelios, donde Jesús rechaza a sus parientes, su madre, sus hermanos
cuando se encuentran con ellos en Cafarnaún (Mc 3, 31-35). Eso se ve también en
los textos paralelos de Mateo y Lucas. Jesús ha elegido una nueva familia,
abierta a la palabra de Dios, que escucha la palabra y la realiza, que se deja
conducir por Dios. Esta familia más grande no es la de Nazaret.
Existe otro texto más fuerte aún
en los evangelios. Es una declaración de Jesús, que se repite, en la que
declara a sus discípulos que pueden encontrar tentaciones y riesgos si se
quedan demasiado estrechamente unidos a las seguridades que vienen de la
familia. “He venido para ser espada que separa padres de hijos”. Esta es la
traducción exacta de la palabra de Jesús y no se puede dudar de ello leyendo Mt
10, 14-47. ”No creáis que he venido a
traer paz […]”, “Quién ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí”[…] En el texto de Lc 14,
26-29 y 18,29, que es más completo, por estar orientado en tres direcciones, se
ve que hay que preferir Jesús al padre o a la madre, o sea, a la familia de
origen; preferir Jesús a los hermanos y hermanas, es decir, al clan de apoyo,
al “pueblo” es decir, al medio donde uno se siente seguro y, en fin,
preferir Jesús a la mujer y a los hijos,
es decir, a crear un hogar.
Hay ahí varias indicaciones sobre
la manera de vivir la libertad, pero también sobre la primacía de la referencia
a Cristo frente a otras seguridades, sean afectivas o sociales. Esta página
está para nosotros cargada de sentido y, como sucede varias veces en el
evangelio, nos obliga a comprender cuál es la actitud de cara a Nazaret.
Hasta aquí los textos sobre los
que podemos reflexionar y meditar para comprender todo el horizonte de Nazaret:
Jesús en Nazaret, Jesús rechazado por los nazarenos, y Jesús que rechaza
Nazaret, al menos, un cierto tipo de Nazaret.
Hay tres temas a propósito de
Nazaret y gracias a ellos podemos acercarnos cada vez más a la meditación, a la
comprensión del mensaje de Nazaret. Serian: sencillez, vida cotidiana y tiempo
para Dios.
Sencillez
En Nazaret existe un mensaje y un
signo de sencillez. Llegando a Nazaret nos encontramos en el camino opuesto al
de los grandes acontecimientos de la época, tanto de los acontecimientos
humanos, como de los acontecimientos de salvación. Parece como si se tuviera
que salir de la historia de la salvación para llegar a Nazaret. ¿Cómo
comprender esta llamada de Nazaret, cómo llegar a ella con una actitud exacta
de fe y también de acercamiento a la vida?
Antes de nada, hay que saber que
este camino hacia la sencillez había sido ya indicado en el Antiguo Testamento.
Por ejemplo, cuando se decía que, a Dios, se le encuentra después que haya
pasado. A Dios solo se le ve “de espaldas”. “No estaba en la tormenta, ni
tampoco en el terremoto…” Se le percibe cuando ya ha pasado, en la pequeña
marca que deja en la historia y que se descubre después.
Nazaret recuerda en esto las
grandes páginas del Antiguo Testamento y de la experiencia de fe. Ya en el Sinaí Dios hablaba de un encuentro
en la sencillez (1 Reyes 19, 9-18 y Éxodo 33,18-34,8). Otra indicación bíblica
nos permite situar Nazaret en la experiencia posible de Dios. Hay que prestar
atención a las declaraciones de san Pablo y del mismo Jesús cuando nos dice que
Dios ha elegido para revelarse las cosas sencillas, pequeñas, y no las grandes
páginas de la historia (1Cor 1, 18-25) y también la provocación extrema de
Pablo 2 Cor 12, 7-9 cuando grita a Dios “Basta, no resisto más” y la respuesta
es: “Mi gracia te basta, mi fuerza se manifiesta en tu debilidad”.
El tema de la simplicidad está en
el centro de la verdadera experiencia de Dios. El camino de la sencillez va
exactamente al contrario de la gran historia y de las apariencias evidentes a
primera vista. Es en esta línea que nos ponemos de rodillas delante de la
Eucaristía. Los signos de la presencia de Dios son signos de una sencillez
extrema, no hay que olvidarlo: Nazaret y la Eucaristía.
Es así como Jesús echó a perder
la credibilidad fácil, popular de su mensaje (popular no del pueblo, sino
superficial). En Nazaret no podían sospechar que estaban tratando con el misterio
y es por eso que Nazaret permanece como una provocación misteriosa. Únicamente
si se descubre Nazaret, si se percibe Nazaret, se vive el asombro de la
sorpresa y de la alegría. Pero nadie es obligado a llegar a Nazaret.
Y ahí surge la cuestión: ¿Cómo
ser ciudadano de Nazaret hoy en la Iglesia? ¿Cómo continuar dando testimonio
hoy de la simplicidad de Nazaret? Me parece, que tenemos que ser signos
discretos, es decir, signos que están ahí sin esperar resultados, signos
gratuitos, si queréis, no programados, si nos podemos expresar así, en función
de los resultados. Uno da, ofrece y, quizá, alguien se da cuenta. No ser
violento, no imponerse, sino ser sencillo.
Evidentemente en la manera
concreta de realizar estos signos sencillos y discretos habrá variantes según
el tiempo y las situaciones. Las presencias discretas pueden ser diversas. Sin
embargo, incluso si esto es verdad, aunque las presencias sean diferentes, el
camino de Nazaret, el criterio de Nazaret, nos obliga a alejarnos de la tentación
de los gestos inmediatamente eficaces, que producen frutos, que son organizados
para producir frutos. El camino de Nazaret, la sencillez de Nazaret, nos piden
renunciar a una actitud de protagonistas en la historia. Sencillez que no solo
es opuesta a protagonismo, sino que corrige continuamente, que pide la
conversión de la tentación de protagonismo, de ser responsables de las grandes
tareas de la historia.
La vida cotidiana
Es el otro mensaje de Nazaret o la otra manera de comprender, de meditar, de llegar a la fuente de Nazaret. La vida cotidiana es muy cercana a la sencillez, pero quisiera hacer referencia a ese otro aspecto de Nazaret, para que lo escuchemos y lo meditemos. Lo que nos interesa aquí es que Jesús en Nazaret nos ha anunciado, viviendo la vida cotidiana, que Dios estima la vida del hombre, y la estima tanto que la ha elegido y la ha vivido.
Aquí hay algo que no es sólo la
tentación del hombre, sino también la de la cristiandad: la tentación de los
grandes signos…. incluso a veces el signo de la caridad, el gran signo de la
caridad o de la santidad heroica, cuyos resultados se pueden poner en
evidencia. Y Nazaret nos advierte quizá que no es exactamente esa la elección
de Jesús. La otra tentación, que está estrechamente ligada a la primera, son
las grandes declaraciones, las declaraciones apologéticas, demostrativas, para
poner en evidencia las buenas intenciones del cristianismo en la historia y que
comprometen, a veces, los resultados. Es la tentación de interpretar, de agotar
el sentido de un signo que deja de ser signo cuando se define. No queda ya
sorpresa o mensaje que descubrir, cuando se pretende presentarlo. Se destruye
el signo, cuando se habla demasiado de él.
Frente a esta tentación que no
permite que el diario vivir permanezca misterioso, es decir fuente de
reflexión, de descubrimiento y también de mensaje, conviene insistir, para
tranquilizar a los hombres y mujeres de hoy, en que la vida cotidiana de
trabajo con los contactos y relaciones normales es evangélica, y es incluso la
finalidad del mensaje evangélico. Lo extraordinario sigue siendo
extraordinario, pero el gran mensaje de Nazaret es normal y cotidiano, si se
trata verdaderamente de Nazaret. Esa es la tentación de siempre: buscar lo extraordinario
para sustraer al cristianismo de lo normal, de lo cotidiano. Quiero añadir
incluso que si la normalidad, lo cotidiano es el mensaje de Nazaret, no hay que
olvidar que existen muchas tentaciones para salir de Nazaret. Es difícil
permanecer en Nazaret.
La fidelidad a Nazaret no es
espontánea, no es algo que se mantiene fácilmente en su fuerza original una vez
que se ha conseguido. Es evidente que para permanecer en Nazaret hay que
alimentar el espíritu de Nazaret, hay que motivar lo cotidiano de Nazaret y
motivarlo continuamente. Es decir, que a Nazaret se llega con obediencia y
generosidad, no con fantasía. Y se permanece por un acto de fidelidad,
podríamos decir, por un acto de amor, no por ventajas personales o en búsqueda
de equilibrio. La fidelidad a Nazaret es abierta, no cerrada, pero para vivirla
hay que saber decir “no”, rechazar opciones que podrían de alguna manera
disminuir la seriedad de Nazaret, la fidelidad fundamental a Nazaret. Hace
falta a veces salir de Nazaret para volver a entrar de nuevo, para volverlo a
encontrar a un nivel más exacto, más evangélico. Nazaret no es vivir lo
cotidiano sin conversión, es un cotidiano que exige una conversión continua.
Por eso, se puede ser infiel a Nazaret adoptando un Nazaret cualquiera.
Añadiría también que no hay que
tener prisa en alcanzar el último grado de radicalidad de Nazaret. Se camina
paso a paso, sin tener la pretensión de tener ya la plena ciudadanía del
Nazaret de Jesús. Esta es la sencillez, la humildad indispensable a Nazaret,
donde se va renovando la fidelidad.
Tiempo para Dios
Nazaret no es solo la sencillez,
lo cotidiano, sino que es también un tiempo para Dios. Hay algo muy serio que
tenemos que comprender, en este “tiempo para Dios”. Hay que preguntarse por qué
treinta años de Nazaret y sólo tres de vida pública. Esta indicación tan
sencilla nos obliga a reflexionar. Treinta años sin mensaje, sin conversión,
sin anuncio del evangelio, sin milagros, salvo los inventados por los
apócrifos.
Esto requiere una visión, una
actitud de fe muy profunda y quizás no muy corriente en la mentalidad actual.
Intentando interpretar este último mensaje del “tiempo para Dios” diremos que
en Nazaret se aprende que lo más valioso es el hombre ordinario, más que las
cosas y los hombres extraordinarios, lo que vale en Nazaret es la otra cara de
las cosas, las relaciones cotidianas, más que las relaciones importantes y las
cosas extraordinarias. Lo que vale en Nazaret es evidentemente este “tiempo
para Dios” más aún que el “tiempo para los hombres”. No es totalmente exacto,
pues no se pueden oponer estos dos tiempos, pero la motivación, la elección es
diferente.
¿Cómo comprender este “tiempo
para Dios”? En la Biblia se encuentra el tema del tiempo, el tiempo al servicio
del plan de Dios que se acepta, se comprende y se intenta respetar. Es el
tiempo en que se descubre que Dios obra en la historia, el tiempo del “kairos”,
de estas intervenciones de Dios en la historia que da alegría contemplar. Es un
tiempo de contemplación, un tiempo para descubrir el plan de Dios, entrar en él
para colaborar y no para hacer otros planes. Es el registro contemplativo o el
momento contemplativo de la historia. Contrario a él, y muchas veces más
evidente, es el registro de las tentaciones, del cual ya he hablado, es decir,
el deseo de realizar las obras que consideramos urgentes en lugar de respetar
las obras de Dios y de colaborar con ellas. Tener otro plan debido a la
preocupación por entrar en la historia y actuar en ella. Esta tentación, que es
contraria a la actitud del “tiempo para Dios”, consistiría en pedir a Dios que
entre en nuestro tiempo humano con sus milagros en vez de entrar nosotros en la
simplicidad de la historia querida por Dios. Sería la búsqueda de lo
extraordinario y, de alguna manera, pedir a Dios que transforme la historia que
hemos organizado, en lugar de dejarnos transformar por la sencilla historia que
ha organizado Él.
Para concluir
La verdadera
espiritualidad de Nazaret a propósito del “tiempo para Dios” nos pide momentos
de contemplación de la providencia ordinaria de Dios sin invocar siempre la
providencia extraordinaria. Contemplar la providencia ordinaria, cotidiana de
Dios, con la cual conduce la historia de cada día. Nos pide que colaboremos con
su plan de una manera subordinada, un plan que descubrimos y respetamos. Nos
pide también que tengamos la paciencia de Dios con los demás y no que
anunciemos la urgencia escatológica de la intervención de Dios, para
asustarles.
Estas son algunas indicaciones
sobre Nazaret: simplicidad frente a los artificios y a las ampliaciones,
cotidianidad y tiempo para Dios.
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