jueves, 1 de diciembre de 2016

Carlos de Foucauld, 100 años caminando tras Jesús en Nazaret...


Carlos de Foucauld es un eslabón fundamental en la espiritualidad y la teología de encarnación. Puso en el centro la esencia del Evangelio, Nazaret.


A pesar de su educación burguesa y gracias a la búsqueda apasionada de la Verdad, en la que le aguijonearon el testimonio de algunos musulmanes y un gran sacerdote con discernimiento de espíritus, Foucauld descubre que las complicadas devociones y las posturas teorizantes sólo sirven para enfriar corazones y dominar los más altos deseos. 

El Evangelio sin glosa, como Francisco, ese es el camino de Foucauld.
Incluso más allá: el Evangelio en sus fuentes, en donde se formó y se tejió; en donde fue adquiriendo sentido, propósito, palabras y afectos… en Nazaret. Al calor de una madre y un padre adoptivos. Aprendiendo el lenguaje de sus hermanos, y con él los sentimientos que expresa: dolor, alegría, esperanza, pan, perdón, odio, llanto, vida y muerte. Aprendiendo desde el silencio y en el último lugar porque sólo desde ahí se puede observar y entender todo. Nazaret, donde más tiempo pasó Nuestro Señor, con mucha diferencia. En el puesto más atrás de todos. Donde habitan los pobres. 

Y Dios siempre hace realidad nuestros deseos. 
Ellos son lo más real que tenemos. El Buen Dios le concedió a Carlos de Foucauld vivir en la ultimidad. En el servicio oculto. Entre los más pobres de los pobres. Cada vez más abajo, más descenso, todavía más. Hasta morir asesinado por los que más amó en su vida. Hasta morir sin nadie que compartiese su proyecto, a pesar de que había recibido una promesa abrahámica de ser padre de multitudes. A pesar.
Volver a Nazaret. Esa es la propuesta de Foucauld. No sólo para sí mismo. No sólo para los que -más tarde y gracias al P. Voillaume- seguirían sus huellas.

Nazaret es camino para toda la Iglesia.
Llamada a ser pobre y para los pobres. Nazaret significa dejar de poner nuestra confianza en los medios, en las técnicas pastorales y en los métodos, para abandonarnos: “Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo sea. Lo acepto todo con tal que se haga tu voluntad y no la mía”.
Por eso el Señor nos está despojando de tanta falsa seguridad. Son bendiciones que nos permiten abrazarnos a la Cruz desnuda y al Santísimo Sacramento, el sacramento que sólo un pobre pudo haber imaginado: ¡El Salvador en apariencia de pan! Nuestro problema es que trivializamos estos hechos para que no nos escandalicen, ya que son absolutamente inasimilables para la mentalidad burguesa. 

Nazaret es volver a escuchar el Evangelio como si fuese la primera vez, pero de labios de los pobres, salido de sus manos. Sólo ellos lo entienden porque está moldeado por otro pobre, que siente y habla como ellos, que percibe, canta y llora como ellos. El pobre de Nazaret.

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