Carlos de Foucauld es un eslabón fundamental en la espiritualidad y la teología de encarnación. Puso en el centro la esencia del Evangelio, Nazaret.
A pesar de su
educación burguesa y gracias a la búsqueda apasionada de la Verdad, en la que
le aguijonearon el testimonio de algunos musulmanes y un gran sacerdote con
discernimiento de espíritus, Foucauld descubre que las complicadas devociones y
las posturas teorizantes sólo sirven para enfriar corazones y dominar los más
altos deseos.
El Evangelio
sin glosa, como Francisco, ese es el camino de Foucauld.
Incluso más
allá: el Evangelio en sus fuentes, en donde se formó y se tejió; en donde fue
adquiriendo sentido, propósito, palabras y afectos… en Nazaret. Al calor de una
madre y un padre adoptivos. Aprendiendo el lenguaje de sus hermanos, y con él
los sentimientos que expresa: dolor, alegría, esperanza, pan, perdón, odio,
llanto, vida y muerte. Aprendiendo desde el silencio y en el último lugar
porque sólo desde ahí se puede observar y entender todo. Nazaret, donde más
tiempo pasó Nuestro Señor, con mucha diferencia. En el puesto más atrás de
todos. Donde habitan los pobres.
Y Dios siempre
hace realidad nuestros deseos.
Ellos son lo más real que tenemos. El Buen Dios
le concedió a Carlos de Foucauld vivir en la ultimidad. En el servicio oculto.
Entre los más pobres de los pobres. Cada vez más abajo, más descenso, todavía
más. Hasta morir asesinado por los que más amó en su vida. Hasta morir sin
nadie que compartiese su proyecto, a pesar de que había recibido una promesa
abrahámica de ser padre de multitudes. A pesar.
Volver a
Nazaret. Esa es la propuesta de Foucauld. No sólo para sí mismo. No sólo para
los que -más tarde y gracias al P. Voillaume- seguirían sus huellas.
Nazaret es
camino para toda la Iglesia.
Llamada a ser pobre y para los pobres. Nazaret
significa dejar de poner nuestra confianza en los medios, en las técnicas
pastorales y en los métodos, para abandonarnos: “Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo sea. Lo
acepto todo con tal que se haga tu voluntad y no la mía”.
Por eso el
Señor nos está despojando de tanta falsa seguridad. Son bendiciones que nos
permiten abrazarnos a la Cruz desnuda y al Santísimo Sacramento, el sacramento
que sólo un pobre pudo haber imaginado: ¡El Salvador en apariencia de pan!
Nuestro problema es que trivializamos estos hechos para que no nos
escandalicen, ya que son absolutamente inasimilables para la mentalidad
burguesa.
Nazaret es
volver a escuchar el Evangelio como si fuese la primera vez, pero de labios de
los pobres, salido de sus manos. Sólo ellos lo entienden porque está moldeado
por otro pobre, que siente y habla como ellos, que percibe, canta y llora como
ellos. El pobre de Nazaret.
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