Las Hermanitas lo hacen…
Viven
en una caravana entre las atracciones con la puerta y los brazos siempre
abiertos. Incluso el Papa fue a verlas
Sus velos azules vuelan entre las atracciones. En
su stand se puede jugar al Arca de Noé, pescando flores y peces del mar. Nadie
se va nunca con las manos vacías, sin una sonrisa. Todo el que va al Luna Park
de Ostia, en la costa romana, lo sabe.
“Aquí la puerta está abierta, incluso no se cierra.
Se levanta la barrera y quien pasa puede detenerse, jugar, bromear, confiar,
poder decir “rezad por mí”.
Es sencillo. Sonríe sor Amelia, 75 años, la mayor
parte de los cuales los pasó en el Luna Park. Es una de las “Hermanitas de
Jesús”, nacidas a la sombra de Charles De Foucauld.
Las tres viven en una caravana puesta a disposición
de las atracciones.
El año pasado recibieron la visita sorpresa de papa
Francisco, que entró desde una pequeña puerta y recorrió el camino que lleva al
área de las caravanas.
Entró en su morada, se detuvo en la pequeña capilla
recogida en el interior. Hoy, como testimonio de esa visita, ese camino recibe
el nombre de Papa Francisco.
“Nuestra gente se quedó impresionada. Es la primera
vez que el Papa vino a la caravana, entró en nuestro mundo. Esto es lo que
queda. Lo sintieron cercano, uno de ellos”.
El Luna Park de Ostia surge al lado de la iglesia,
pero es una periferia. Por la mañana se descansa, por las noches y los días de
fiesta, se trabaja. Es difícil encontrar espacios de socialización y relaciones
estables, también en las parroquias. “Se necesita una pastoral adecuada a ellos”.
También para ellos “las hermanitas” están aquí, como un puente, los brazos de
la Iglesia en salida que se acerca a sus hijos allá donde vivan.
¿Qué mejor sitio para las seguidoras de un hombre,
Charles de Foucauld, que dedicó su vida a acompañar a los nómadas? Esta raíz se
ha recuperado y ampliado con las “hermanitas”, que se hicieron nómadas, obreras
entre los trabajadores, artesanas con los artesanos, circenses y feriantes, “no
con el deseo de ir a convertir a nadie, sino para ser hermanos y testificar el
amor de Dios”.
Sor Amelia vive entre los feriantes de Luna Park
desde los años ’70, primero en Roma, y hace algún año en Ostia. “A diferencia
de Roma, aquí vivimos con ellos, compartimos el día a día, no venimos solo a
trabajar. Es el compartir la vida, un intercambio continuo”.
Las jornadas son muy variadas, van al ritmo de las
atracciones. La mañana está libre y se dedica a la oración, a la misa y a las
actividades cotidianas: compra, limpieza, asunto varios. Por las tardes, el
trabajo en el stand.
Con un contacto continuo con las familias de Luna
Park. Sucede que te invitan a cenar o pasan a saludar o enfermos que visitar.
Se organizan también momentos comunitarios para las celebraciones.
“Les gusta hacer peregrinaciones, por esta idea del
camino, del viaje. Hemos hecho muchas en unos años: se reza, se celebra la misa
y comemos juntos”. Hay quien pide prepararse también para recibir los
sacramentos.
“Hay muchos que son muy practicantes, tienen un
sentido religioso profundo. Este tipo de vida, el contacto con la gente y con
la naturaleza, los imprevistos, te lleva a no apegarte a las cosas y confiar en
Dios”.
Nacida en Toscana, sor Amelia creció en Tívoli,
donde el padre trabajaba como albañil. Frecuentó Acción Católica, después el
encuentro con Charles de Foucauld a través de lecturas y del conocimiento de
los “hermanitos”.
“Me quedé fascinada con estos ermitaños que, cada
tanto, iban al mercado en medio de la gente”. Las “hermanitas” viven de su
propio trabajo según el ejemplo de Jesús, que durante 30 años vivió de su
propio trabajo en la casa Nazaret.
La otra imagen en la que se inspiran es la
visitación: llevar a Jesús como María al visitar a Isabel.
De su padre, sor Amelia heredó la vena artística y
el gusto por la belleza. Hoy realiza objetos artesanales, trabaja la creta y la
arcilla, y lleva dos stands junto con las “hermanas”.
Recientemente el papa Francisco definió como
“artesanos de la belleza” a los que trabajan en el circo y en Luna Park. “Crear
belleza es participar en la creación, te une a Dios y a los demás”.
En su capilla, en el interior de la caravana, está
presente el Santísimo y a los pies del tabernáculo una estatua del Niño Jesús: “Es el pequeño Jesús que tiene los brazos abiertos
porque se da y porque quiere que todos se sientan acogidos por Él. Porque el
niño no tiene miedo. Por esto, ser como niños, dejarse hacer, ser acogedores”.
© Antoine Mekary / ALETEIA
PUBLICADO POR COMUNIDAD HOREB
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