viernes, 29 de julio de 2016

El rostro de Dios reencontrado

¿Cuál fue el rostro de Dios que impresionó al joven de Foucauld una vez que hubo iniciado el camino de la conversión?

No debe parecer extraño que en este momento de la vida de Carlos, tuviera un notable influjo la particular de Dios que se desprende de la religión de Mahoma.  Leyendo el Corán, el joven explorador había descubierto la suma simplicidad y la unidad de Dios adorado por los musulmanes. Entre la trascendencia de este Dios invisible y la inmensidad del desierto parecía haber una providencial relación. El Sahara se le antojaba al inquieto buscador como el signo de una extraña coincidencia, por no decir identidad entre el infinitamente grande, y el espacio infinitamente dilatado.
El sentido de la grandeza y de la supremacía de Dios sobre el hombre, tan evidente en comparación con la difícil y fatalista vida de los árabes musulmanes, impresionó al atento observador que era Carlos y le indujo a salir de la esclavitud de su propio yo y de su propia incredulidad.
De Foucauld, observaba y admiraba la fe infantil de aquella gente, para la que tan solo Dios tiene importancia. En realidad, a punto estuvo de hacerse musulmán. Pero lo impidió el hecho de que aquella sed de amor infinito que le consumía interiormente  no podía ser apagada por la lógica del islamismo.


“El fundamento del amor… consiste en perderse, 
en abismarse en lo que se ama y en considerar
todo lo demás como si fuera nada: 
el islamismo no manifiesta el suficiente desprecio de las criaturas
como para poder enseñar un amor de Dios realmente digno de Dios;
sin la castidad y la pobreza, el amor y la adoración
 serán siempre muy imperfectos” 
Carta a E de Castries, 15 de julio de 1901.

Luigi Borriello, El mensaje Espiritual de Carlos de Foucauld, Sal Terrae, 1981, España, pag.34

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