¿Cuál fue el rostro de Dios que impresionó al joven
de Foucauld una vez que hubo iniciado el camino de la conversión?
No debe parecer extraño que en este momento de la
vida de Carlos, tuviera un notable influjo la particular de Dios que se desprende
de la religión de Mahoma. Leyendo el
Corán, el joven explorador había descubierto la suma simplicidad y la unidad de
Dios adorado por los musulmanes. Entre la trascendencia de este Dios invisible
y la inmensidad del desierto parecía haber una providencial relación. El Sahara
se le antojaba al inquieto buscador como el signo de una extraña coincidencia,
por no decir identidad entre el infinitamente grande, y el espacio
infinitamente dilatado.
El sentido de la grandeza y de la supremacía de
Dios sobre el hombre, tan evidente en comparación con la difícil y fatalista
vida de los árabes musulmanes, impresionó al atento observador que era Carlos y
le indujo a salir de la esclavitud de su propio yo y de su propia incredulidad.
De Foucauld, observaba y admiraba la fe infantil
de aquella gente, para la que tan solo Dios tiene importancia. En realidad, a
punto estuvo de hacerse musulmán. Pero lo impidió el hecho de que aquella sed
de amor infinito que le consumía interiormente no podía ser apagada por la lógica del
islamismo.
“El fundamento del amor… consiste en perderse,
en
abismarse en lo que se ama y en considerar
todo lo demás como si fuera nada:
el
islamismo no manifiesta el suficiente desprecio de las criaturas
como para
poder enseñar un amor de Dios realmente digno de Dios;
sin la castidad y la
pobreza, el amor y la adoración
serán siempre muy imperfectos”
Carta a E de
Castries, 15 de julio de 1901.
Luigi Borriello, El mensaje Espiritual de Carlos de Foucauld, Sal Terrae, 1981, España, pag.34
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