“Es amando a los hombres cómo se aprende a amar a Dios”. (Carlos de Foucauld) |
1. Carlos de Foucauld: ¿Testigo para
nuestro tiempo?
Estamos
conmemorando el centenario de la pascua del hermano Carlos de Foucauld. Un
siglo ha transcurrido desde la tarde de ese primero de diciembre que vio caer
en las arenas del Sahara el cuerpo herido del hermano universal, el amigo de
los Tuaregs, el Marabuto del corazón rojo.
Aquél que, compartiendo la vulnerabilidad de sus vecinos, fue golpeado
de manera directa por la violencia reinante en el ambiente.
Desde
entonces, a pesar del aparente fracaso de una vida terminada en la soledad y el
abandono, su testimonio no ha cesado de impactar la vida de innumerables
hombres y mujeres inspirando múltiples iniciativas. A través de todas ellas se
ha buscado proponer una manera particular de vivir la relación con Dios y con
la humanidad: valorando lo cotidiano como
lugar de manifestación divina, en la cercanía con los más pobres y en la
apertura universal a la fraternidad.
En pleno siglo
XX el dominico Ives Congar reconocía la fuerza testimonial del hermano Carlos
viendo en él uno de los “faros que la mano de Dios encendió en los
albores de la era atómica”. Una luz de esperanza manifestada como un
llamado al encuentro, en un siglo marcado por la injusticia, la división y la
guerra.
Es en este
mismo sentido que se expresaba el teólogo Ludwig Kaufman al establecer un
vínculo estrecho entre las figuras de Foucauld, Juan XXIII y el Obispo
salvadoreño Oscar Romero, presentándolos como auténticos referentes del
cristianismo del futuro. Comenzado ya el tercer milenio, ¿De qué manera el testimonio del hermano Carlos sigue mostrándose como
una propuesta vigente para nuestro tiempo?
Más allá de
toda formalidad la beatificación de Carlos de Foucauld, en noviembre del año
2005, nos recuerda que el testimonio de los bienaventurados puede transformarse
en una verdadera fuente de inspiración para la vida de quienes se ponen tras
las huellas de Jesús.
En cuanto al
hermano Carlos, las grandes orientaciones de su vida continúan siendo
significativas en un mundo que se resiste a abandonar las lógicas del egoísmo,
la violencia y la exclusión.
Es, en efecto,
en esta perspectiva que se pronuncia el Papa Francisco cuando, evocando de
manera explícita la figura de Foucauld, le reconoce como un auténtico apóstol
de la bondad, ejemplo de cercanía fraterna y solidaria con los más pobres y los
más abandonados.
Es importante
señalar que dichas palabras no son expresadas como parte de un elogio
generalizado de las virtudes del bienaventurado Carlos. En ellas se refleja el
sentir de alguien que le conoce y que se muestra convencido de la actualidad
que cobra esta manera particular de anunciar el Evangelio.
Cabe destacar que los primeros encuentros
entre Francisco y la figura de Carlos de Foucauld se sitúan en el contexto de
la historia eclesial latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX. Durante
este período las fraternidades, a través de sus diferentes rostros, fueron
haciéndose presentes en diversos países de la región acompañando la suerte de
los más pobres. Sin pretender definir el impacto personal que esta
espiritualidad pudo tener en la vida del jesuita Bergoglio, se puede afirmar
que durante su ministerio, sobre todo siendo arzobispo de Buenos Aires, las
oportunidades de compartir de cerca con las fraternidades nunca faltaron.
Esto
contribuyó de algún modo a generar cierta proximidad entre él y el camino
espiritual inspirado por Foucauld, relación que queda de manifiesto en algunas
de sus recientes intervenciones. Sin embargo, no son solo sus palabras sino
también sus actitudes las que nos permiten establecer algunos vínculos entre
ambos. Antes de abordar algunos de los textos en los que Francisco se expresa a
propósito de Foucauld, bien vale la pena profundizar ciertos aspectos de su
práctica que se muestran en perfecta armonía con las intuiciones del hermano
Carlos.
2. La apertura al encuentro y el llamado a
la periferia.
"...no les hablarás de dogmas, sino que te harás querer haciéndote amigo de todos." (Carlos de Foucauld) |
Uno de los
tantos gestos que ha marcado el ministerio del Papa Francisco es su permanente
disposición al encuentro, manifestada de manera especial a través de la
búsqueda del diálogo. Hemos visto como, en no pocas ocasiones, antes de
proponer un discurso preestablecido, Francisco ha preferido ponerse a la
escucha de sus interlocutores.
Lejos de ser
un aspecto anecdótico, dicha actitud va profundamente ligada a la manera de
comprender el proceso evangelizador teniendo en cuenta que éste no puede
prescindir del camino del diálogo sincero y del respeto por el otro. No se
trata de imponer de manera unilateral un cúmulo de principios doctrinales o
jurídicos sino de proponer ese Evangelio que invita ante todo a responder al Dios
amante que nos salva, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos
para buscar el bien de todos.
Ir al
encuentro del otro implica entrar en relación auténtica con él, valorar
profundamente su realidad, su historia, su vida. Descubrir en él o en ella a un
hermano/a a través del cual Dios también tiene una palabra que decir. Esta
preocupación queda de manifiesto en las palabras dirigidas a los sacerdotes,
seminaristas, religiosos y religiosas en Río de Janeiro: “Ser llamados por Jesús, llamados para evangelizar […] llamados a
promover la cultura del encuentro […] Los quisiera casi obsesionados en este
sentido. Y hacerlo sin ser presuntuosos, imponiendo «nuestra verdad», más bien
guiados por la certeza humilde y feliz de quien ha sido encontrado, alcanzado y
transformado por la Verdad que es Cristo, y no puede dejar de proclamarla (cf.
Lc 24,13-35).”
Aproximadamente
un siglo antes, la concepción evangelizadora de Carlos de Foucauld se inscribía
en esta misma línea poniendo el acento en la necesidad de crear una relación
cercana con la gente, antes de poner en práctica cualquier otra iniciativa de
carácter misionero: Conocerás a la
población y te dejarás conocer por ella -decía a su amigo Louis Massignon- no les hablarás de dogmas, sino que te
harás querer haciéndote amigo de todos.
De hecho, ya
en los comienzos de su conversión, la fuerza transformadora del encuentro con
otras realidades había sido vivida por él como una experiencia profundamente
significativa. De ello dan cuenta sus propias palabras cuando escribe: El Islam me produjo una profunda impresión.
Contemplar la fe de esas almas, viviendo en la continua presencia de Dios, me
ha hecho descubrir que hay algo más grande y más verdadero que las ocupaciones mundanas.
En adelante, este primer contacto con el otro, vivido desde la sencillez de
la amistad, será considerado por Foucauld como un paso primordial de
evangelización.
Esto hará
posible que los seguidores de Jesús puedan mostrarse en todo momento como
auténticos testigos de vida evangélica,
Por otro lado,
el deseo de hacer presente el rostro bondadoso de Dios va suscitando nuevas
interrogantes y nuevos desafíos en la vida de Foucauld. En abril de 1905, en
una carta dirigida al Padre Caron, escribía: ¿Donde debo ir? Allí, donde Jesús iría, hacia las ovejas más alejadas,
las más abandonadas. No se trata de ir allí donde la tierra es más santa sino
donde las almas se encuentran en una necesidad mayor.
Es en efecto otra de las preocupaciones que
van surgiendo: la suerte de los más alejados.
Mientras
buscaba dar un nuevo sentido al deseo de vivir la vida de Nazaret, más allá de
los límites del pueblo en el que vivió su Maestro, el hermano Carlos se mostró
convencido de poder encontrar esa vida simple al lado de los más débiles y los
más abandonados. En sus meditaciones escribe: Debemos amar a todos los hombres, pero debemos inclinarnos más aún ante
aquellos a los que el mundo olvida, desprecia y margina: los pobres, los
pequeños, los sufrientes.
Animado por este descubrimiento, decide
ponerse en camino hacia la marginalidad, para compartir la vida allí donde
Jesús pudiese ser conocido no a partir de grandes campañas misioneras, sino a
través de actitudes concretas que reflejaran mejor que las palabras, la
cercanía del Dios Bueno.
El llamado del
Papa Francisco invitando a desplazarse hacia las periferias ha permitido, en
cierto modo, actualizar este rasgo característico de la vida de Carlos de
Foucauld.
De hecho, uno
de los aspectos sobre los que más ha insistido durante su ministerio pastoral
ha sido su compromiso profundo con los más pobres y los más alejados. Para
Francisco, la exigencia de ir hacia las “periferias
existenciales” no obedece a la elaboración de un discurso abstracto sobre
la existencia humana, ni constituye una tentativa proselitista para llamar la
atención de nuevos miembros para la Iglesia. La existencia de la que habla el
Papa es aquella que se manifiesta en la vida concreta de todos los días, sobre
todo aquella que se expresa en la carne de la humanidad herida por la pobreza, la
injusticia y la exclusión.
Si bien es cierto esta comprensión se
arraiga en la praxis misma de Jesús, ella se nutre también de la tradición
teológica y espiritual latinoamericana.
A través de
ésta se supo dar continuidad al llamado del Concilio Vaticano II que nos
recuerda que nada que toca al ser humano, sobre todo a los más pobres, puede
ser ajeno a los discípulos de Cristo. En ese mismo sentido, la reflexión
latinoamericana ha sabido hacer notar que el rostro sufriente de Cristo sigue
cuestionando a la humanidad de nuestros días.
Si el Papa
pone su mirada en la periferia, lo hace cómo discípulo de Jesús, dejándose
interrogar por una existencia que habla de pan, de trabajo, de enfermedad, de
rechazo, de vida, de muerte, de dignidad, de justicia. Preocupaciones que en
más de un oportunidad golpearon el corazón de De Foucauld como lo expresa su
reacción frente al flagelo de la esclavitud: Es de una inmoralidad vergonzosa ver jóvenes robados hace cuatro o
cinco años a sus familias en Sudán, ser mantenidos a la fuerza aquí por sus
dueños y por la autoridad francesa, cómplice de esos raptos (…) Ninguna razón
económica ni política puede permitir la existencia de tal inmoralidad e
injusticia
3. La dimensión salvífica de las realidades
cotidianas: la palabra de Francisco a propósito de Carlos de Foucauld.
Para entender hoy a la familia, entremos también nosotros -como Charles de Foucauld- en el misterio de la Familia de Nazaret. (Papa Francisco) |
Si los gestos
y las actitudes de Francisco nos recuerdan algunos aspectos que han atravesado
el pensamiento y la acción del hermano Carlos, la manera de pronunciarse con
respecto a él se orienta en ese mismo sentido. Hablando a los presbíteros sobre
el desafío misionero de la Iglesia actual el Papa reconoce la singularidad del
método evangelizador del misionero del Sahara: Pienso en el beato Carlos de
Foucauld. ¿Qué hizo? Dio testimonio, un testimonio que atravesó su vida y continúa
hoy moviendo corazones.
En efecto, no
se trata solamente de ensalzar sus cualidades personales, sino de ponerlo en
relación con el anuncio de la Buena Nueva en medio de las situaciones que
afectan a la humanidad, especialmente cuando se trata de los más pobres o
marginados. Esta es la perspectiva en la que se inscriben las diversas
intervenciones a propósito de Foucauld.
Al respecto,
dos textos retienen nuestra atención: La encíclica Laudato Si y el discurso en las vísperas de la apertura de la
segunda etapa del Sínodo de la familia.
* En el
capítulo tercero de la encíclica, presentando de manera crítica los diferentes
efectos provocados por la exaltación del paradigma tecnocrático y el
antropocentrismo desmedido, el Papa pone de manifiesto el rol que dichos
elementos juegan en el desequilibrio ecológico. Éste es entendido no solo como
quiebre con el entorno natural sino también como expresión de la ruptura de las
relaciones entre los propios seres humanos. Es en ese contexto que se aborda la
cuestión del trabajo, como una realidad que expresa de manera particular los
desajustes provocados por los intereses de un sistema económico injusto y las
consecuencias de concepciones erróneas del progreso tecnológico.
La justa
valoración del trabajo, en su más amplio sentido, es presentada entonces como
un aspecto fundamental para contribuir en la elaboración de una comprensión
integral de la ecología que ayude a revertir estas situaciones deshumanizantes.
Sólo de esta manera se podrá aportar a la búsqueda de la plenitud humana
haciendo posible que todo el entorno creado pueda también dar lo mejor de sí.
Es en esta
perspectiva que se pone de relieve la figura del hermano Carlos tal como lo
expresa la encíclica: La espiritualidad
cristiana con la admiración contemplativa de las creaturas que encontramos en
Francisco de Asís, ha desarrollado también una rica y sana comprensión del
trabajo, como lo podemos ver, por ejemplo en la vida del bienaventurado Carlos
de Foucauld y sus discípulos.
El testimonio
de Foucauld es asumido como expresión del potencial contemplativo que permite
ahondar en las diferentes realidades de la historia para recuperar el sentido
profundo de lo que Dios quiere, poniendo de manifiesto las exigencias
necesarias para que su proyecto pueda concretarse.
En otras palabras, la vida del hermano
Carlos y las opciones de “sus discípulos”
son presentadas como una invitación a redescubrir la dimensión salvífica de las
realidades más cotidianas en las que se juegan aspectos fundamentales que contribuyen
a la “vida plena y abundante” querida
por Jesús.
* Es en este
mismo sentido en el que se orienta la intervención llevada a cabo en las vísperas del Sínodo de la familia.
En dicho discurso se evoca el deseo permanente de Carlos de Foucauld de buscar el
último lugar haciéndose hermano de los más débiles, aprendiendo a descubrir con
ellos el valor de las realidades simples como lugar en el que Dios habla. Esto
se desprende de las palabras de Francisco cuando afirma: a través de la cercanía fraterna y solidaria a los más pobres y
abandonados [Foucauld] entendió que, a fin de cuentas, son precisamente ellos
los que nos evangelizan, ayudándonos a crecer en humanidad.
Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo |
Esta clave de
interpretación abre la posibilidad de centrar la mirada en el modelo de Nazaret
no en un sentido idealista, sino estableciendo una íntima relación entre la
cotidianidad de la familia nazarena y las diversas situaciones que viven las
familias de hoy.
El Papa
Francisco dice al respecto: Para entender
hoy a la familia, entremos también nosotros -como Charles de Foucauld- en el
misterio de la Familia de Nazaret, en su vida escondida, cotidiana y ordinaria,
como es la vida de la mayor parte de nuestras familias, con sus penas y sus
sencillas alegrías; vida entretejida de paciencia serena en las contrariedades,
de respeto por la situación de cada uno, de esa humildad que libera y florece
en el servicio; vida de fraternidad que brota del sentirse parte de un único
cuerpo.
Más que un
modelo lejano e imposible de seguir, la familia de Nazaret se vuelve entonces
una fuente de inspiración que permite a las familias de nuestro tiempo
valorarse y ser valoradas desde lo profundo de sus vidas, con todas sus
complejidades y esperanzas.
La capacidad de Foucauld de dejarse
impactar por el misterio oculto de la vida de Nazaret nos invita a descubrir el
paso sencillo y misterioso de un Dios que se muestra a través de las diversas
historias que se tejen en el corazón de la humanidad.
Si el Papa
Francisco ve en la vida de Carlos de Foucauld un testimonio vigente para
nuestro tiempo, lo hace poniendo su figura en una dinámica de relación con la
vida y las preocupaciones concretas del hombre y la mujer de hoy. Con ello nos
recuerda que lo esencial de dicha propuesta espiritual es la apertura a la
humanidad, sobre todo a la humanidad sufriente.
Es amando a
los hombres que se aprende a amar a Dios, decía Foucauld en una de sus cartas.
De este modo,
el apostolado de la amistad y la fraternidad universal llevarán siempre a
cultivar un espíritu de descentralización y de movimiento permanente hacia los
demás.
Esta actitud
que hizo parte fundamental de la vida del hermano Carlos es en la actualidad
uno de los llamados incesantes promovidos por Francisco a los creyentes:
Salgamos,
salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo […] prefiero una Iglesia
accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia
enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades.
A cien años de
la muerte de Carlos de Foucauld, las grandes intuiciones que han atravesado su
vida continúan siendo un auténtico desafío para nuestros días. Desafío que
queda actualizado en la palabra y los gestos de Francisco, cuestionando de
manera directa la manera de vivir el seguimiento de Jesús y las formas de ejercer
el ministerio pastoral, sobre todo en lo que respecta al acompañamiento de los
pobres y excluidos.
Javier Pinto
Contreras, Teólogo.
París, 1° de
diciembre de 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario